“No, no puedes quedarte”, dijo, mientras apartaba la mirada del torso desnudo del hombre que ya se había acomodado para dormir.
Él la abrazó, besó su hombro derecho mientras acariciaba el muslo desnudo de la que yacía a su lado.
“Tienes que irte, vístete… vete, por favor”, respondió ella con la voz baja, casi en un susurro.
Él rodó al lado izquierdo de la cama y se sentó en la orilla, contemplando la habitación, respirando el olor impregnado de lo que había sido para él el mejor polvo de su corta vida.
“Déjame dormir contigo”, dijo, sin voltear a verla.
Ella, con la voz entrecortada, respondió “¿Para qué? ¿Para despertarme y que ya no estés? No puedo soportarlo más. Vete de una vez”
Se levantó, se puso una playera blanca que le llegaba hasta las rodillas, la cual usaba para dormir desde que tenía 17 años. Entró al baño y se sentó en el piso, llevando las manos a su rostro. Comenzó a respirar rápidamente. “Vete. Vete. Vete”. Se descubrió la cara y lo vio, sentado frente a ella, con esa sonrisa de lado que hacía que todo fuera aún más difícil.
– “No me voy a ir. No quieres que me vaya”.
– “Nunca quise que te fueras”
Lo empujó hacia el espejo, y salió corriendo. Corrió hasta llegar a la puerta de su pequeño departamento, puso una mano sobre la manija y comenzó a llorar por lo que parecieron más de dos horas. Él la abrazó por detrás, besó su cuello, y la llevó de vuelta a la habitación.
Los besos hacían un recorrido que ella se sabía de memoria. De la boca a los hombros, de los hombros al pecho, del pecho al vientre, del vientre a las piernas, de las piernas a los pies, de los pies a lo más profundo de su alma.
Cedió. Los susurros se convirtieron en gemidos, los gemidos en gritos, los gritos en algo que ella juraba que era un lenguaje que solo ellos dos podían entender. Él nunca la vio a los ojos. Pero no importaba. Ya nada le importaba.
Él se quedó inmediatamente dormido, lo observó durante algunos minutos, pensando que quizá no era tan malo que se quedara. Cerró los ojos.
La alarma sonó a las siete y media de la mañana. Él despertó, caminó al baño y se miró al espejo. Ya no estaban esos pechos que habían sido besados hace unas cuantas horas, ni esas piernas lisas y tersas que la noche anterior se encontraban abrazando la espalda del hombre que dormía a unos cuantos pasos. Ahora solo veía el cuerpo con el que le había tocado nacer. Un cuerpo masculino y ajeno a él. Volteó a ver la cama. El hombre ya no estaba. El cuarto lucía diferente. Él mismo lucía diferente. Se volvió a sentir atrapado.
Insisto en que está muy bueno
Graciaaas 🙂
Ay, ese gracias era mío jajajaja 😀
Está genial! Muchas felicidades!
Muchas gracias! 🙂