Una noche cualquiera. Salgo de casa usando la ropa que siempre uso y me detengo en cualquier tienda a comprar alguna botella de vino y una cajetilla de Camel. Conduzco hasta el lugar donde se supone que debo conducir, sumergiéndome en la ciudad que me ha abrigado todos estos años. Llego a donde tengo que llegar, me bajo del coche, en la entrada del lugar esquivo un grupo de gente que no conozco. Algunos pasos más adelante un par de mujeres que creen conocerme tratan de saludarme pero hago como que no las veo y sigo mi camino. Finalmente llego al cuarto de la casa donde está la barra, encuentro un banco y me siento.
Hay buena música, un par de mujeres guapas y mucha gente vacía. Todos parecen fantasmas, y los que no lo parecen se ven como si les faltara algo en la cara. Da lo mismo, destapo la botella de vino y doy el primer trago mientras mis oídos son estimulados por la música de Devendra Banhart sonando.
‘Life is tough,
and love is rough
For the man who just can’t seem
to ever get enough.
The days go by
and the women come and go.
So many that you decide to get rid of your front door
so you don’t have to hear them all disappear.’
Pongo la botella de vino sobre la barra y miro a mi alrededor. Todo parece en orden. No tengo a nadie cerca y puedo estar un rato en paz. Prendo un Camel y doy otro trago al vino, cuando veo a una cara conocida acercándose.
Es Julia. Viene hacia la barra acomodándose esa melena rubia que se ha dejado crecer hasta la cintura. Es una mujer muy atractiva, y cualquiera daría lo que fuera por poder cruzar un par de palabras con ella. Creo que está enamorada de mí, o al menos cree que soy un buen pretendiente. O le gusta como escribo. Yo qué sé. El punto es que ahí viene y qué hueva, hoy no estoy para esto. ¿La gente no se da cuenta de que cuando uno está solo es porque quiere estarlo?
Viene, se acerca, sonríe y me mira a los ojos. Sabe que es guapa. Sabe que yo creo que es muy guapa.
– Hola, Ro.
– Hola, ¿cómo va todo?
– Muy bien, ¿tú sigues escribiendo?
– Es lo que dicen.
– Siempre me ha gustado leerte.
– O tal vez te gusto yo.
Suelta una de esas risitas molestas que sueltan algunas mujeres cuando están con alguien que les gusta. Ella cree que por haber dicho la tontería que dije ya tiene derecho a sentarse en mi regazo y a beber de mi vino, y lo hace. Toma mis manos con las suyas y se acurruca en mi pecho. Me gusta y su presencia libera una curiosa reacción química en mi cerebro. Pero hoy no estoy para esto.
La levanto de mi regazo y le doy un beso en la mejilla mientras aparto mis manos de las suyas. Esos sublimes ojos azules me miran intensamente, dejando asomar la sorpresa de cada una de las pupilas.
– Perdón, Julia. Todavía no estoy bien. Eres hermosa. Lo siento.
– No te preocupes, lo entiendo.
Y se va.
Enciendo otro Camel, el primero tuve que apagarlo mientras Julia acomodaba su cuerpo sobre el mío. Fumé, y fumé, y fumé, y me di cuenta de que Julia casi se había acabado el vino. Mierda. Me terminé lo que quedaba de un trago y me levanté de la barra para ir a alguna tienda por más.
Mientras salía de la casa me tropecé con dos mujeres que tomaban Jack Daniel’s directo de una botella. Una de ellas me pidió un cigarro y luego me sonrío. Se lo di y me fui, pero me siguieron hasta el coche.
– ¿A dónde vas? – dijo una de ellas, una morena vestida como puta.
– A la tienda. Me terminé el vino.
– ¿Podemos ir contigo? – dijo la otra, una mujer muy normal. Pelo castaño, ojos cafés, no muy guapa, todo ordinario.
– Pues sí, ni modo.
Me subí al coche y ellas se subieron también. La morena en el asiento de copiloto y la otra en el asiento de atrás. Puse algo de The XX en el radio, pensando que con eso las tendría calladas a lo largo del camino, y funcionó. Llegamos a un 7/11, compré tres botellas de vino (por si las dudas) y regresé al coche. Cuando me subí, la mujer del asiento de atrás le leía uno de mis textos a la otra. Lo hacía desde su teléfono. Otro pinche par de locas – pensé.
– No leas esa basura – fue lo primero que dije.
– No es basura – dijo la mujer de pelo castaño -, creo que eres muy buen escritor.
– No soy ningún escritor, déjate de tonterías.
Y arranqué el coche. De regreso al lugar donde estábamos me intentaron convencer de que eran mujeres que valían la pena contándome sobre su último viaje a Grecia y lo buenas que son tomando fotos. Pero hoy en día cualquier tarado puede ir a Grecia y ya no creo que existan los buenos fotógrafos. Lo que ellas no saben es que lo que supuestamente impresiona a la demás gente a mí me parece banal y aburrido. A mí lo que me importa es saber a qué hora toman el té, si han leído a Cortázar y si son de las personas que hablan durante una película cuando van al cine.
Me estacioné cerca de la entrada a la casa. Cuando apagué el coche la morena me robó un beso y la otra pasó su mano por dentro de mi pantalón. Me salí del coche como pude, les regalé una botella de vino y les dije que se fueran a la mierda. Pero igual les di las gracias por leerme.
Regresé a la barra. Es increíble lo complicado que es ir por algo de alcohol. Uno regresa y el lugar está atestado de gente y hace calor y es espantoso. En la barra había unas personas sentadas, pero ellas se consideraban amigas mías y estaba bien. Eran buenas personas.
Con mis amigos estaba Angélica. Ella es otra chica linda pero con ella sí me gusta hablar. El problema de hablar con la gente es que algunos leen lo que uno ha escrito y entonces piensan que la única manera de lograr mi aceptación es hablando de literatura. Pero no todo en la vida es literatura; también me gusta el alcohol, el fútbol y las mujeres. Hablar de literatura todo el tiempo es aburrido y más porque me recuerda que yo en realidad no he leído ni escrito nada.
Con Angélica me gusta hablar aunque ella también suele hablarme de literatura. La cosa es que es tan guapa que con ella no hay problema. Además ha leído un poco más que la mayoría, o al menos es más lista. Vamos, entiende que una ficción es una ficción y que la vida no tiene sentido alguno por más que le andemos buscando. Me acerqué a ella, la saludé y le serví un poco de vino en su copa.
– ¿Cómo estás, Ro? ¿Sigues escribiendo?
– Sí, pero no sé por qué todo mundo me pregunta eso.
– Pues porque escribes, ¿no?
– Sí, pero creo que debería ser conocido por mi manera de tomar vino y no por lo que escribo. Pero bueno.
– No importa.
Me regalaba un par de sonrisas cada vez que yo le decía algo, y la manera en que sus labios se movían cuando ella hablaba era algo que hipnotizaba. Podría besarla, pero hoy no estoy para esto. Empecé a aburrirme y creo que ella también, por lo que se levantó de su lugar y fue al baño.
Al fin estaba solo. Volví a fumar. Estaba hecho mierda.
Serví vino en una copa y me distraje viendo cómo las gotas resbalaban hasta caer al pequeño charco de vino que se forma al final de la copa. Era curioso ver la manera en la que forman esas líneas que reptan como serpientes y todo para regresar al enorme charco al que pertenecen. Estoy seguro de que Comte era gran aficionado al vino.
Me desconecté. Perdí la vista en la barra y las pequeñas imperfecciones que la cubrían. Vi que tenía un par de quemaduras de cigarro y que empezaba a romperse en ciertas partes. Me pregunté si así se vería nuestra alma si pudiéramos verla, con un par de agujeros y una que otra quemadura. Seguro mi alma se parecería a un saco de mierda.
Pienso que no todo es tan malo. Tal vez encontraríamos algo más que mierda ahí dentro. Digo, alguna vez me enamoré y todavía pretendo volver a hacerlo en algún momento. El problema es que uno puede ponerse a buscar a una mujer y tal vez la vaya encontrando poco a poco pero yo me niego a perderme a mí mismo. Y la gente suele perderse cuando sale a enamorarse. Todos nos volvemos animales. El Papa, el Presidente, Hemingway, nuestros padres, todos nos convertimos en animales cuando nos enamoramos.
Entonces es un dilema. Uno puede ir por la vida pareciendo un saco de mierda o enamorarse y convertirse en un animal.
Pobres de aquellos animales que parecen sacos de mierda.
Volví a mí mismo, a la fiesta en la que me encontraba. Todavía me quedaba una botella de vino. Ya estaba harto de ésta náusea, de mi alma, de estos pensamientos nihilistas que a final de cuentas no me llevan a nada. Tal vez debería convertirme en un animal, en alguien que, aunque está perdido, tiene una razón para vivir.
Y vi a Julia a lo lejos. Estaba sentada mirando su teléfono justo del otro lado del cuarto. Me levanté, llevando la botella de vino conmigo, y, quitándome gente de enfrente, llegué hasta ella. No sé si era el vino, pero la veía mucho más hermosa que antes. Me miró. Le di la mano y la ayudé a levantarse.
– Lo siento, Julia. Creo que ya estoy bien.
– Entonces va a ser una noche interesante.
Y nos besamos.
Me gustó Rod, aunque admito que ya me tienes acostumbrada a cuentos largos y me quede con ganas de más, pero es un buen cuento. Irónicamente (como ya es costumbre) tocó la casualidad de que estaba oyendo a The XX mientras lo leía hahaha espero seguirte leyendo, que como siempre es un placer.
Saludos.
¿Te pareció corto? A mí me pareció normal, aunque igual antes de la edición final era algo más largo…
En fin, gracias por comentar =)