“It was almost too bright to see
And i know that it’s not a party if it happens every night.”
Sonaba esa canción de Postal Service. Ambos estaban acostados mirando el techo. La cama era un desastre digno de cualquier cosa que pudiera pensarse. El sonido de las olas rebasaba todo, aunque fuera lo más leve dentro de la suma total de estímulos.
– Quisiera que este momento durara para siempre – dijo Alexia.
A Frederic no le pareció que eso fuera razonable:
Sé que este momento terminará, pensó, pero creo que justamente es eso lo que lo vuelve valioso. La belleza radica en el hecho de no-estar siempre. Lo que nos parece bello por definición tiene que ser mejor, resaltar de lo demás. No serviría que lo bello estuviera en todos lados porque nada resaltaría, sería todo lo mismo. Lo bello no podría distinguirse y por lo tanto no sería bello.
– Queremos que las cosas que hacen diferencia estén en todos lados, pero si estuvieran en todos lados no harían diferencia.
– ¿Cómo? – preguntó Alexia.
Que contrario a lo que la gente piensa, la belleza implica imperfección, pensó Frederic. Equilibrar la belleza sería matarla, lo mismo con todas las cosas cuya función es resaltar. Én tódós ládós és ló mísmó qúé én níngúnó. ¿Cómo te lo explico, Alexia, sin provocar que el momento termine?
——
Quien ama a todos, ¿ama a alguien? – Antonio Porchia.
——
Para ser feliz hay que haber sido infeliz*, dice Alexia, mientras mira un cuadro blanco colgado en aquel museo.
El cuadro está todo blanco, sigue pensando, como si el blanco no existiera. No puedo encontrar un pedazo de blanco dentro de un cuadro que es absolutamente blanco, y lo mismo debe pasar con lo eterno: ¿cómo lo percibes si siempre ha sido la misma cosa causando el mismo efecto de forma homogénea sobre todo?, eso suponiendo que exista, claro está. Yo soy finita, y para poder percibir lo eterno tendría que percibir un pedazo finito de él, pero eso es contradictorio. No puedo encontrar un pedazo finito de blanco adentro de un cuadro que es absolutamente blanco, así como no puedo percibir un pedazo de eternidad.
Yo percibo los colores gracias a que hay diferencias entre ellos, resaltan y pueden ser comparados, pero si todo fuera un mismo color, si todo fuera blanco desde el principio, ¿cómo sabría que lo que veo es blanco? Para empezar no habría necesidad de llamarle “blanco”, pensó. Nosotros nombramos a las cosas para poder distinguirlas del resto, pero si todo fuera blanco no habría espacio para confusiones, no habría resto. El blanco necesita ser comparado con algo no-blanco para poder ser definido como blanco, de lo contrario sería indiferente. Sería como siempre haber vivido en un espacio sin sombras, completamente iluminado, y tratar de encontrar un pedazo de luz en él. No podría saber que lo que veo es luz aunque esté por todas partes. Para tener consciencia de que hay luz necesito percibir alguna sombra (o por lo menos haber visto una anteriormente); encontrar algo es concebir su ausencia. Las cosas existen porque percibes contraste. Lo eterno y demás sinónimos son homogéneos, indiferentes. Todo y nada son lo mismo porque ninguno contrasta.
Alexia creía haber descubierto algún tipo de verdad implícita respecto a todo. Tal vez, pero lo ciertamente incómodo era extrañarlo. Estaba en aquel museo porque de alguna forma había tenido la esperanza de encontrarse con él, no había sucedido y allí estaba, estática, mirando aquel cuadro blanco y dignificándolo con explicaciones, convirtiéndolo en arte.
Vine aquí porque es especial, pero para él no tendría por qué significar lo mismo, pensó Alexia. Creyó que eso le otorgaba algún tipo de realidad. El punto es evitar el engaño, pensó, y tal vez las cosas estén mejor así. Mientras más decepción, mayor contraste, mayor realidad. No debería ofenderme. Las decepciones son el único sustento, la única prueba de que sí existe algo... irónicamente. Son los pedazos de sombra necesarios para percibir luz. Sin decepciones no hay nada.
– ¡Sería horrible jamás decepcionarse!
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“Han dejado de engañarte, no de quererte. Y te parece que han dejado de quererte.” – Antonio Porchia.
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Frederic estaba ebrio. Abrió la última cerveza y le dio un buen trago:
Quisiera que estuvieras aquí, Alexia, pero me tienes incompleto. Aunque pienso que un hombre vacío está más completo que cualquier hombre al que no le falte nada. A un hombre, creo, tiene que faltarle algo para ser hombre, si no sería otra cosa. Sería como un robot o un perro, o quizás alguien feliz, pero sólo los hombres pueden hacer arte.
Sonó el microondas. Frederic sacó de él una buena porción de comida recalentada, la puso en la mesa y se sentó en la silla más próxima. Empezó a comer.
Un hombre al que no le falta nada es como aquel cuadro blanco, siguió pensando, y tú, tú has provocado que yo piense tantas cosas y me gustaría decírtelas…
– Es irónica la imposibilidad de compartir esto contigo, pues existe en virtud de mi soledad, de no poder tenerte.
Ahora no te tengo y no me soporto. Le doy vueltas a todo y me duele la mente. La comida no me sabe, pero puedo saber que tengo hambre. El dolor del estómago es mil veces más soportable que el de la mente, incluso me distrae. Tal vez no debería comer, o tal vez debería cortarme un dedo, para no sentirte.
Frederic siguió comiendo. Veía la sombra de su mano en la mesa y hacía formas con ella. Sin dedo, con dedo, sin dedo, con dedos.
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“Sólo Dios tiene el privilegio de abandonarnos. Los hombres únicamente pueden fallarnos.” – E. Cioran.
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Alexia salió bien abrigada de su casa rumbo al metro. Era un día nublado y frío. Había despertado inconforme con la idea de ser efímera. Dos calles a la derecha, de frente y una a la izquierda.
Aquí lo importante es trascender, piensa Alexia, mientras intenta convencerse de que existe una manera de lograrlo. Me enferma la idea de ser y no causar. No puede ser que todo sea inconsecuente… ¿qué coño es trascender?
Llegó el metro y se subió indiferente al primer vagón que se detuvo frente a ella. Siguió pensando:
Trascender significa pasar de un ámbito a otro, y eso por definición implica la existencia de algún límite, ya que si no hay límite no sería posible cambiar de ámbito. Suena lógico. Entonces sólo lo que se termina puede trascender, pues tiene límites, los cuales están hechos para rebasarse en algún contexto; lo eterno podría parecer ideal, pero es incapaz de trascender porque está solo, no puede ir a ningún lado porque ya está en todos lados. Es perfecto y sin límites: intrascendente.
– El que quiere nacer tiene que romper un mundo, diría Max Demian.
Los absolutos no existen, y si existen son inmanentes, es decir, o no pueden llegar a mí de ninguna forma o siempre han estado en mí causando un todo, que es lo mismo que no causar nada, que es lo mismo que no llegar a mí de ninguna forma (?). Tome la decisión que tome, suceda lo que suceda y me pase lo que me pase, el absoluto no puede abandonarme porque dejaría de ser absoluto, y eso al mismo tiempo lo convierte en un cero a la izquierda, algo que no trasciende.
Todo y nada son lo mismo. No se puede pasar de un ámbito a otro cuando se es homogéneo, así como no se puede encontrar un pedazo de blanco dentro del cuadro absolutamente blanco ni percibir la belleza si estuviera en todos lados. Las cosas, para existir, deben contrastar. Debe existir entonces una relación cosa/no-cosa que genere contraste. Tal vez ese pedazo de contraste es la realidad.
Alexia salió del metro y caminó hacia la universidad. Estaba arrepentida.
Trascender es asunto de dos, pensó.
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no-tener/tener vs. tener/no-tener
Sólo puedes tener la certeza de haber tenido cuando dejas de tener, pensó Frederic. No sirve al revés ya que, aunque también hay un contraste, no puedo concebir lo que es tener si aún no lo he tenido. Yo lo que busco es comparar. Así, no es lo mismo el contraste de «tener» y luego «no-tener» que el contraste de «no-tener» y luego «tener», se dice Frederic, mientras decide tomar el vagón delantero del metro, pues es el vagón que ella suele escoger siempre.
No la encontró.
..Por eso el amor se nos tiene que terminar, Alexia, porque se supone que es bello y resalta. No puede estar en todos lados porque sería homogéneo, y eso es lo peor que podría pasarle, sería lo mismo que matarlo. Únicamente comparando el amor con el no–amor podemos tener la certeza de que existió algo. No poder comparar es no poder distinguir. Puedes creer cómodamente que lo tienes todo pero todo y nada se perciben igual. La vida se reduce a percibir contrastes, así lo bello implica lo no-bello para poder ser bello, la vida implica la no-vida, la luz implica la ausencia de luz y, bueno, lo mismo sucede con nosotros.
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«Sólo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece.» – Jorge Luis Borges.
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Dos calles a la derecha, dos a la izquierda y seguir de frente. Frederic caminaba rápido por culpa del frío. No lo sabía, pero estaba siendo el día más helado de la década. El viento congelaba sus pestañas y comenzó a cuestionarse densamente si comprar un chocolate caliente o seguir caminando.
Me falta muy poco para llegar, pensó, y dentro del salón ya no habrá tanto frío, ¿vale la pena comprar chocolate? Si lo compro tendré que estar en el frío el doble de tiempo mientras espero por él, aunque probablemente se me quite el frío de regreso, pero eso sería como a la mitad del tiempo que me resta por caminar, el cual se haría doble por haber estado esperando a que me dieran el chocolate…
¿Me compro el chocolate?
La decisión fue un rotundo no. No estaba seguro de los cálculos pero ya casi había llegado al puesto y detenerse a pensar hubiera sido estúpido. Uno se detiene para comprar chocolate, no para pensar si comprará chocolate.
Alexia pagó y le dio un enorme sorbo al vaso. El chocolate estaba delicioso y había valido completamente la pena comprarlo… o eso quería creer. Se dio la vuelta y a dos pasos de ella encontró a Frederic perplejo.
Ninguno de los dos dijo algo. Querían no querer verse. Luego se miraron sin prisa, sin saber cuánto tiempo lo harían y se vieron en las pupilas del otro, encontrando reflejadas sus respectivas siluetas. Se perdieron encontrándose y se sorbieron el alma. Una especie de vapor salió de sus respectivas bocas encontrándose justo en medio y abrazándose en el aire. Ambos podrían jurar haber visto formas, dos cuerpos y un torbellino en ese momento, pero el viento se llevó el vapor más rápido de lo que pudieron formarlo y se perdió aquel último instante. Sintieron como si algo se les hubiese escapado y aunque lo estaban extrañando, al mismo tiempo sintieron alivio, como si pesaran menos.
No se habían visto después de lo que pasó. Ambos quisieron hablar pero ninguno lo hizo. Se los impedía eso, no necesariamente malo, que les golpeaba la consciencia. Como si hubiera sido brujería o telepatía de algún tipo sabían que hablar no era una opción viable. En realidad sabían lo que el otro pensaba sin tener que decirlo, y sabían que no sabían qué decirse. Seguían perdidos en los ojos del otro pero ahora se miraban reflejados como infinitamente. Como cuando un espejo que refleja se encuentra con otro espejo reflejando y todo y nada se convierten en la misma cosa. Intentaron sonreír, pero lo intentaron al mismo tiempo y se quedaron a media sonrisa recíproca. Dejó de ser importante.
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*frase de Frederic Beigbeder, “El amor dura tres años.”