Lo que estoy por contarles ha sido uno de los secretos mejores guardados de San Pablo el Chico, sucedió hace cincuenta años y todos los habitantes prometimos guardar silencio y olvidar todo lo ocurrido. Casi todos han muerto y los que quedamos nos hemos acostumbrado a la idea de que todo fue un mal sueño. No me queda mucho tiempo, no me siento bien. Contar esto que ya no sé si es una anécdota o un sueño es algo que he querido hacer desde hace décadas, ustedes serán quienes decidan si es uno de los secretos mejor guardados de San Pablo el Chico o un sueño colectivo más.
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Una tarde lluviosa de jueves todos en San Pable el Chico dormitábamos desde nuestras ventanas. Un forastero llegó al pueblo sin más que un par de maletas que eran cargadas por una mula que se veía en peor estado que el forastero. Caminó hasta la plaza de armas, ahí se refugió en el kiosco. La mula se sentó junto a él y esperaron hasta la media noche cuando la lluvia se detuvo y el cura salió a su encuentro.
Su nombre era Javier Bernardino se había perdido en su camino a Mazatlán, pero se había desviado por mucho. Esa noche durmió en la iglesia y en la mañana siguiente todo el pueblo ya sabía de Javier.
Doña Carmen le rentó un cuarto para que descansara y pudiera continuar su viaje cuando se sintiera mejor. Él aceptó y le pidió trabajó en su fonda. Durante los siguientes cuatro meses Javier se iba dedicar a cocinar, servir y atender a todos los habitantes de San Pablo el Chico, quienes íbamos a la fonda de Doña Carmen mínimo una vez por semana. Ahí se comía, se bebía, se jugaba al domino o a las cartas y se comentaban todas las noticias o a falta de ellas los chismes del pueblo y sus alrededores.
Javier estaba cerca de los treinta años, era alto, flaco, su cara era la de un joven que hubiera dormido muy mal durante años, siempre sonreía y al poco tiempo se había ganado la confianza de todo el pueblo. Pero nuestro estima por él creció aún más el miércoles después de su llegada. Caía una tromba que había ocasionado que el río se desbordara y que la casa de Rigoberto se fuera con el río, con su mamá y su hija todavía en ella. Javier salió de la fonda hacia la lluvia, regresó después de tres horas con la mamá de Rigoberto en la espalda y la niña en brazos. Todos felicitamos a Javier por su hazaña pero él no se detuvo a celebrar y se puso a atender la fonda.
Todos hablamos de lo valiente que había sido Javier y de lo raro que no se hubiera enfermado después de estar tantas horas bajo la lluvia. La mamá de Rigoberto murió unas semanas después de neumonía y su hija se salvó gracias al cuidado del doctor Bertameu y de su familia. Pero Javier no se enfermó ni de una minúscula gripa. Al día siguiente, desde las siete de la mañana, cuando la lluvia había calmado un poco, él ya estaba preparando café en la fonda.
Otro evento que fue incluso más extraño y por el cual empezamos a dudar de la existencia de Javier sucedió un par de meses después, en la víspera de la boda de la hija del alcalde del pueblo. Verónica quería que su boda fuera un festival, no sólo había invitado a todos los habitantes de San Pablo el Chico, también había invitado a todos los habitantes de la cabecera municipal, todos estaban invitados, conocieran a Verónica o no. La mayoría sólo iba porque les habían dicho que iba a haber una fiesta, comida, baile y que todos estaban invitados.
Como era de esperarse San Pablo el Chico no era tan grande como tener todos los animales y granos con los que se iba a preparar el gran banquete. Don Cipriano, el papá de Verónica, mandó a pedir desde la capital todo lo necesario para que la fiesta durara mínimo tres días. El camino de la capital a San Pablo el Chico era sinuoso y en muchos tramos todavía de terracería. Rara vez foráneos venían al pueblo, hasta en las campañas para gobernador los candidatos se perdían en el camino y terminaban cancelando todo el evento. No nos extrañamos cuando nos dijeron que el chofer se había perdido y el camión averiado. Pero sí nos extrañamos cuando el mensaje terminaba advirtiéndonos que todos los animales se habían escapado. Don Cipriano estaba vuelto loco, no dejaba de decir que cómo era posible que pensaran que queríamos los animales vivos, que nos íbamos a tardar todo la fiesta en matarlos, que esto se había convertido en un matadero en lugar de un festival.
Don Cipriano, en su enojo, empezó a gritar que todos fuéramos a buscar un pinche puerco o borrego, lo primero que viéramos. Mientras más rápido los traigan más rápido podemos empezar con la boda de Vero. El único problema era que el mensaje que habíamos recibido no decía dónde se había perdido el chofer ni por dónde se habían escapado los animales. Como todos nos quedamos en nuestro lugar sin hacer caso de las órdenes de Don Cipriano éste fue por su Magnum y empezó a amenazar con darle un plomazo a cualquiera que se quedara quieto otra vez ante alguna de sus órdenes. Todos nos levantamos con la intención de salir corriendo a buscar refugio o a buscar puercos y borregos. Javier dijo, con voz grave y fuerte, que no había necesidad de andar dando plomazos a la gente que él iría por los animales, que había escuchado rumores sobre el lugar donde se encontraba el camión y que nosotros empezáramos a preparar todo para su regreso.
Javier salió con rumbo al sur, no quiso que nadie lo acompañara ni le diera instrucciones de los alrededores. Ese hombre que había llegado a San Pablo el Chico porque se había perdido en su camino, ahora se marchaba con la misma seguridad con la que se marcha de un anciano que recorría por última vez los caminos que había recorrido toda su vida. Todos dábamos por perdido a Javier, era imposible que ese foráneo conociera mejor que nosotros estas tierras. Don Cipriano nos pidió que fuéramos que buscar lo que tuviéramos para hacer un banquete improvisado. Ese muchacho seguro tuvo miedo de mi fusca y no piensa volver, dijo.
Al día siguiente, al rededor de las diez de la mañana, se divisaba una figura larga que serpenteaba desde el norte hacia el pueblo. Era Javier que había encontrado a todos los animales y los había traído detrás de él. Los puercos, borregos, gallinas, guajolotes venían detrás de Javier, sin ninguna cadena que los arrastrara. Como si todos hubieran decidido seguirlo a voluntad. Nadie cuestionó el hecho que al llegar a San Pablo el Chico Javier se hizo a un lado y todos los animales se fueron por su cuenta al lugar que se había preparado para cocinarlos. Marchaban fúnebremente hacia la boda de Vero.
El último día que vimos a Javier o que creemos haberlo visto fue un jueves por la mañana. Él seguía atendiendo la fonda de Doña Carmen cuando dijo que tenía que ir por leche y huevos. Empezó a llover y él no había regresado, todos nos fuimos a nuestras casas y estuvimos atentos a que Javier regresara. A eso de las tres de la tarde se escucharon pasos por las encharcadas calles del pueblo y que alguien azotaba la puerta de la fonda de Doña Carmen, Javier había regresado con la leche y los huevos.
Era una tarde de lluvia, todos en San Pablo el Chico dormitábamos desde nuestras ventanas cuando una mula entró al pueblo con dos maletas vacías, con paso lento fue hasta la plaza de armas, se acostó en el kiosco y se echó a dormir. A la medianoche nadie salió a buscarla.
A. J. T. Fraginals