Errores.

¿Esta es la cuarta pastilla?

Después de tragarla se recostó. Comenzó a pensar en todas y cada una de las veces que la ha cagado. Una de ellas está recostada ahí a su lado, roncando y murmurando cosas que solo su subconsciente comprende.

Lo disfrutó y a pesar de saber que es un error, ya van más de tres veces que está aquí, en esta misma cama, reprochándose las mismas cosas.

Se levantó de la cama y con movimientos torpes, logró ponerse los jeans y la sudadera, esa que te quedaba corta de las mangas, y se di cuenta que su cabello olía a cigarro. Le urgía llegar a su departamento para ver si el jabón podría quitar ese olor tan desagradable. Y no me refiero al del cigarro.

«¿A dónde vas?» pregunta gritando su error, pero ella ya está cerrando la puerta.

Mientras camina a casa comienza a pensar de nuevo en cosas, pero esta vez la domina un sentimiento mayor. Un mareo inexplicable… O bastante comprensible después de tomar 3.2 gramos de Ibuprofeno en un lapso de hora y media. Camina con los mismos movimientos torpes con los que logró ponerse los jeans y la sudadera, esa que te quedaba corta de las mangas.

Se para en la esquina y dejándose caer al piso, espera a que un taxi pase.

Es el cuarto cigarro que te fumas desde las 6 de la mañana y todavía no dan ni las 8. Tu estómago esta vacío y emite un sonido que combinado con el dolor de espalda con el que despertaste (¿acaso dormiste?) hace que la resaca infernal que te llena se intensifique con cada segundo que pasa. Avientas al piso la cobija, esa que no ha dejado de oler a ella (o eso quieres creer porque todos tus amigos te han dicho que huele a suavizante de lavanda). Decides darte un baño y con los ojos cerrados bajo la regadera buscas el shampoo que previene la caída del cabello. Te preocupa por que tu padre y tu abuelo son calvos y desde que tenías 5 años nunca quisiste ser calvo porque te daba miedo. No podías explicarte la razón por la cual de repente el cabello deja de crecer.

A ciegas y con la mano estirada avanzas un poco en la regadera para alcanzar la botella, estás a punto de alcanzarla pero tus pies torpes no notan que dejaste caer el jabón mientras abrías la llave. El derecho pisa la barra de jabón e inmediatamente abres los ojos. Estás sangrando.

Aturdido por la caída sales del baño desnudo agarrándote la cabeza que no deja de sangrar, agarras del piso la cobija, esa que no ha dejado de oler a ella, y la usas para cubrirte un poco antes de tocarle a tu vecina, la pequeña mujer de edad avanzada que te saluda siempre por las mañanas.

Uno. Dos. Tres golpes. Tu vecina sale por la ventana y al verte mojado y semidesnudo sonríe con una perversión inocente (¿?).  Te acompaña a la esquina y ella metiéndole monedas al teléfono, y tú, dejándote caer al piso, esperan a que un taxi pase. Intentas recordar la noche anterior.

Tienes vagas imágenes de ella en tu mente. Estaba ahí. Sabías que iba a estar ahí, por eso te pusiste los pantalones que sabías que le encantaban y la loción que te regaló. Llegaste y después de buscarla un rato la encontraste sentada en la barra con los talones cruzados, fumando un cigarro (te acordaste de su aliento con olor a cigarro que te despertaba por las mañanas, el cual odiabas). Te acercaste y antes de poder llegar a donde ella estaba, un individuo de metro noventa llegó ofreciéndole una cerveza. No pensaste que la fuera a aceptar, no pensaste que se quedaría con él platicando por más de una hora. Jamás pensaste verlos tomados de la mano caminando hacia la salida, y jamás te imaginaste que ella al verte de reojo te sonreiría y se subiera al automóvil que la llevaría a casa de otro error.

Y aquí están los dos, en el mismo hospital, uno a lado del otro en la sala de urgencias. Ya no importan los errores.

(Visited 1 times, 1 visits today)

Leave A Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *