Agarre la fotografía más próxima a usted, de preferencia una que le evoque un sinnúmero de recuerdos, no importa si para ir por ella tiene que ir a otro cuarto.
No importa mucho la iluminación del lugar, aunque de preferencia que haya suficiente luz parar poder mirar la fotografía. En caso de no encontrar en un lugar con dichas características, favor de encontrar uno que sí los tenga y continuar con los siguiente pasos.
Ahora que la fotografía está bien iluminada de un breve vistazo y cierre los ojos.
Con los ojos cerrados, debemos recordar la imagen de la fotografía, no lo fotografía, la imagen que contiene. Cada detalle que ésta contenga. Una sonrisa, una prenda de vestir, un fondo, algún dulce en medio de la escena. Ahora abra los ojos y dese cuenta que se ha imaginado algo que no está ahí. Se dará cuenta que agregó cosas que no estaban, pero que le hubiera gustado que sí, y ha omitido muchas otras que a usted no le parecían relevantes, pero ahí se encontraban.
Ahora usted deja la fotografía en una repisa o en una mesa, en algún lugar donde se pueda sostener. Se aleja unos pasos, dos pasos más, uno más. Mira la fotografía al otro lado de la habitación. No ve nada, recuerda que ha olvidado sus lentes o que tal vez necesite hacer otra vista al oftalmólogo.
Cierras los ojos a medias, tratas de enfocar más, un poco más. La imagen parece más clara. Empieza a verla. Se da cuenta que lo que está mirando es un libro y que la fotografía esta a la izquierda del florero. Sigue mirando la fotografía y por fin logra verla. Eso es. Ya no hay necesidad de cerrar los ojos o de acercarla un poco más a la luz, sabe lo que ve y que eso es exactamente lo que está en a fotografía.
La imagen se vuelve más nítida, no se preocupa, ya recuerda exactamente qué es lo que sucedía en la escena y qué es lo que lo que estaba sosteniendo en sus manos momentos atrás.
Ya no le importa la imagen que se encontraba en la fotografía sino que le empieza a preocupar qué es lo que sucedía antes que la fotografía fuera tomada y qué fue lo que pasó después. No es que no se acuerde, en realidad ya no se acuerda de nada, le sorprende cómo supo dónde estaba guardada esa fotografía, le sorprende haberse acordado que la había tomado y que la había guardado.
Se concentra, trata de recordar todos los eventos que sucedieron al rededor de la fotografía, qué estaba haciendo, por qué ella sonreía, por qué tenía un algodón de azúcar con el que se cubría la cara. Dónde estaban y por qué habían ido a ese lugar, qué habían hecho después, estaban solos o habían ido con alguien. No recuerda nada. No sabe qué paso con ella, qué ha sido de su vida. Cree recordar que algún día le dijo que jamás la iba a olvidar, que todo valía la pena si recordaba su media sonría y la forma en que se retraía del mundo. Recuerda haber dicho un adiós y un hasta luego. Recuerda haberla extrañado entre copas. No recuerda haber hablado con ella ni su voz, y está a punto de olvidar como era el rostro que está en la fotografía. Ya no le preocupa imaginar por qué había tomado la fotografía, porque sabe que ella ya no recuerda su existencia.
Recuerda que había dejado sus lentes a la derecha del florero. Los recoge, se los pone, agarra la fotografía. Sonríe al recordar su risa. Sale de la habitación. Guarda la fotografía. Apaga las luces y olvida dónde decidió guardar esta vez la fotografía.
A. J. T. Fraginals