“El ideal de toda muchacha,
cualquiera que sea su educación,
será siempre seducir el mayor número
posible de hombres, de machos,
para tener la posibilidad de la selección”
L. Tolstoi, La sonata a Kreutzer.
Desde el primer momento en que la vi supe cuál era su juego, pero esto no hizo que yo la detuviera. Quería ser parte de él. No sólo eso. Quería ser el ganador. Sabía cuál era su plan, acercarse a mí, jugar conmigo, seducirme, enamorarme, abandonarme y luego volver, si resultaba que yo era el ganador.
Nuestro primer encuentro fue en un bar no muy conocido en una colonia en auge en esta desastrosa ciudad. Desde que entró en el lugar todas las miradas se posaron sobre ella. Con paso firme y despreciándolas se fue hasta una mesa, del fondo del lugar, con el resto de sus amigas. La noche prosiguió como cualquier otro fin de semana, hasta que uno de mis amigos fue a la barra y volvió con una mujer. Ella estuvo un rato con nosotros hasta que nos invitó a la mesa donde se encontraban sus amigas, la mesa era un poco más grande y todos podríamos entrar sin problema. La cacería había comenzado.
Ahí fue donde la conocí. Sara. Sus labios encarnados, rojos que me invitaban a besarla toda la noche. Sus ojos azules, celestes, eléctricos, llenos de vida. Cada vez que los veía perdía la conciencia y la noción de todo lo que sucedía a mí alrededor. La noche fue como cualquier otra noche de copas. Lo único notable fue que de todos mis amigos sólo yo había conseguido el número de nuestras citas de la noche.
-¿Sara?
-Hola, ¿Quién habla?
-Ignacio.
-Estoy ocupada te hablo después.
Y así pasaron las siguientes semanas. Ella evadía cualquier intento de conversación. Hasta que alrededor de la séptima semana me comentó que nos viéramos en una cafetería a la seis de la tarde. Llegué a las seis en punto y tuve que esperar alrededor de media hora a que ella llegara. Entró y se veía hermosa, naturalmente hermosa. Parecía no haberse arreglado mucho, sólo lo esencial, lo necesario para cautivarme. A pesar de esto se veía excepcionalmente bella. Pidió un espresso, encendió un cigarrillo y yo seguí tomando mi americano. Se acabó su cigarrillo y su café. Lo siento tengo un compromiso, me dijo. Y se marchó.
No la volví a ver hasta el viernes siguiente, en el mismo bar donde nos conocimos. Nos encontramos en la barra y le invité un Vodka Cranberry, ella lo rechazó. En su lugar me pidió que la dejará ordenar un Gin and Tonic. Por los detalles que le dio al barman sobre su preparación, que no tenía ni la menor de idea de lo que ella le estaba hablando, pude percatarme que ésta era su bebida predilecta. También le invite un cigarro, el cual con gusto aceptó. Al primer contacto se percató que no era un cigarrillo sino un cigarro. Lo sintió, lo olió y lo fumó en crudo. Lo encendió y le dio una calada profunda. No podré negar que estas características de ella me habían impresionado mucho.
-Estos cigarros sí tienen sabor.
Exhaló su última bocanada de humo y agregó.
-Tú sí eres un hombrecito.
-¿De qué hablas?
-Tus cigarros y tu bebida son de hombre, pero tú todavía no me convences.
Le dio un último trago a su Gin and Tonic y se fue. Yo me quedé pensando sobre el hecho que yo todavía no la convencía, pero de qué.
La vi platicando con todos aquellos que se le acercaban, fueran hombrecitos, como yo, o no. La misma rutina. Algún pretexto para hablarle, ella les seguía la corriente; cualquier trago para invitarle, ella los aceptaba feliz; cualquier coquetería oportuna, ella las regresabas con creces; cualquier caricia tímida, ella las aceptaba y alentaba; cualquier beso robado, ella los devolvía; cualquier descuido, ella desaparecía.
Esa fue su rutina de la noche, un ciclo de incontables repeticiones, hasta que la perdí de vista.
-Perdón.
Me di la vuelta y la vi acercándose hacía mi mientras le pedía al barman otro Gin and Tonic y yo le respondía.
-Perdón de qué.
-No eres un hombrecito, ya me convencí.
Me quitó el cigarro de la boca, le dio una calada y me besó. Sentí el humo, su humo, su vida, pasar de su boca a la mía. Me alejé y le exhaé su bocanada en su cara.
-¿Quién me crees, un juguete más?
-No, una presa más.
Mientras lo decía se puso a jugar con mis labios.
-De qué hablas ¿Y qué hay de todos esos con los que estuviste hoy?
-Son presas nada más, pero a quien decidí cazar esta noche fuiste tú.
Me besó y no me dejó alejarme de ella. Cuando por fin pude separarme de sus opresores labios y verla a los ojos, dos gotas eléctricas de vida, pude darme cuenta que todo lo que decía y hacía era en realidad ella y no las múltiples copas invitadas hablando. Sus ojos estaban vivos, tranquilos, no eran los ojos perdidos de un borracho.
-¿Qué tanto miras?
-Tus ojos.
-¿Quieres perderte en ellos?
-No, quiero perderme en ti.
Me agarró de la mano y me volvió a besar. Yo no entendía que me estaba pasando. Estaba molesto con ella por andar toda la noche con otros y al final venir conmigo, como si yo fuera su premio de consolación. Y de pronto, al minuto siguiente, la estaba alagando y besando. Me perdía en sus eléctricos ojos y me moría de ganas de morder sus encarnados labios.
-No te entiendo, tampoco me entiendo.
-¿Por qué?
-Nos conocimos, me diste tu número, me dabas evasivas, me citaste en un café para vernos media hora y te fuiste sin dar explicaciones. Te encuentro, hablamos y te vas con cada hombre que se te acerca. Y al final de la noche vuelves conmigo como si nada hubiese sucedido y yo te acepto como un cordero que busca un cálido refugio en tus labios en una noche iluminada por tus ojos.
-Tontito.
Se rio y besó mis labios, otra vez.
-¿Qué es tan gracioso?
-Tú, tontito.
Intentó besarme de nuevo, pero me solté de sus manos y me alejé de ella. Al parecer mi cara tenía un claro gesto de confusión.
-¿Es en serio? ¿No conoces la realidad?
-¿De qué hablas?
-En verdad no te enseñaron nada en la escuela, en tu casa o en la calle, donde sea que aprendiste de la vida.
-¡Sí sé de la vida!
-No, tontito. No sabes sobre esto.
-¿Saber sobre qué?
-¿Por qué crees que las mujeres nos arreglamos? Existe una razón por la que resalto estos ojos y estos labios que tanto te han fascinado.
Agarré su cara, la miré a los ojos y la volví a besar.
-Dime.
Me pidió un cigarro y se lo prendí. Estaba tan distraída pensando lo que me iba a decir que esta vez no hizo su ritual antes de encenderlo.
-Mira, Nachito. Esto que llaman “amor”, lo que me viste hacer con todos esta noche, es una cacería, es un simple pero delicado ritual de selección. Y el arma que utilizamos, las mujeres, es la sensualidad.
-No te entiendo. ¿Una cacería? ¿Qué es lo que buscan cazar?
-Hombres. Nuestras presas son ustedes los hombres. Así es como funciona la vida, entiéndelo. La mujer ha sido enajenada de toda posibilidad de poder, excepto de la sensualidad. En cambio el hombre tiene las puertas abiertas al dominio de lo que le plazca.
-Pero el hombre y la mujer son iguales, existen leyes, tratados, contratos. Ya no existe ese tipo de discriminación.
-Es cierto, existen leyes y demás tipos de papeles que plantean el ideal de la igualdad entre el hombre y la mujer. Y no podemos olvidar que el ideal es ideal sólo cuando su realización es posible únicamente en idea. Además todo esto sólo es eso, papeles. En la realidad esto no se cumple. En apariencia se trata de demostrar que el hombre y la mujer son iguales, pero en lo íntimo, en la práctica esta igualdad es a medias, es una igualdad disfrazada. El ejemplo más claro de esto es el glass ceiling.
-Pero eso no se da en todos los lugares.
-Aparenta no darse en todos ellos. La única diferencia es que se encuentran en distintos niveles. El hombre ha orillado a que el único poder de dominio de la mujer sea sobre el hombre mismo. Si la mujer quiere tener poder y control, tiene que controlar a un hombre para que ella a través de él pueda ejercer el poder. No por nada dicen que detrás de un gran hombre está una gran mujer.
La agarré de las manos.
-Entonces, ¿En qué consiste tu cacería?
-En un principio básico. El hombre es un simple medio de poder de la mujer. Entonces es necesario encontrar el mejor medio posible para lograr nuestros fines. En esto consiste la cacería. A través de la sensualidad, encontrar el mayor número de presas posibles, para así poder incrementar el número de selección y obtener el mejor medio posible. Es por eso que las mujeres nos arreglamos, nos vestimos, nos pintamos. Esto no lo hacemos por los hombres ni porque queremos llamar su atención. Esto lo hacemos porque esas son nuestras armas para la cacería. Mientras ustedes se pelean por ser la mejor presa. Para llegar a ser el elegido. Efectúan todo un ritual donde creen que ustedes son los que tienen el control, que dándonos regalos, invitándonos a tal lugar o actuando de esta o aquella manera, nosotras vamos a caer rendidas a sus pies. Pero, esto no es así. Les hacemos creer que sí lo es, tienen una obsesión con el poder y con el dominio que preferimos hacerles creer que lo tienen. Pero en realidad, todo eso se encuentra en nuestras manos. La última palabra está en nuestra boca, nosotras somos las que decidimos, mientras los vemos efectuar su ritual de conquista. Así como sucede en la naturaleza, entre las distintas bestias.
La besé y en eso nos interrumpió un mesero y nos dijo que ya era hora de cerrar y que nos teníamos que ir. Sara lo miró con una cara coqueta, con unos ojos ardiendo en pasión y suavemente lo agarró de la nuca y le murmuró algo al oído.
-No te preocupes, no nos molestará en un rato.
-¿Qué le dijiste?
-Ya te dije, el poder está en nuestras manos, un poco de sensualidad y se convierten en unas marionetas.
-Sara. ¿Y el amor? Por lo que me dices creería que ni en tu vida ni en tu cacería existe el amor. No lo buscas, sólo buscas el poder.
-Te equivocas. Sí conozco el amor, lo encuentro y lo vivo día a día, noche tras noche.
-Pero dónde lo buscas si te la pasas cazando y el fin de tu cacería es el dominio y el poder.
-Ignacio, no sabes lo que es el amor y de eso me doy cuenta. Hace tiempo, antes de iniciarme en la cacería, conocí a un ruso quien me enseño sobre el amor. Su nombre era Tolstoi. Él me dijo que el amor era la preferencia de una persona a todas las demás. También me dijo que esta preferencia no está determinada temporalmente. Puede durar tanto una hora como una vida. El amor es cambiante, puede durar un día, un mes, un año, una vida. Pude amar a todas mis presas de hoy los minutos que pasé con ellos y amarte a ti todo el resto del día.
-Entonces, lo que tú llamas amor es algo tan efímero que da lo mismo si existe o si no. Si me amas a mí como a todo aquel que se posa en tus ojos, por qué habría de importarme que me ames.
En ese momento me levanté de la barra con la clara intención de alejarme. Ella agarró mi mano y me miró a los ojos.
-Sí es importante. Porque ahorita, en este momento te prefiero a ti. Tengo que admitir que no sé cuánto va a durar esta preferencia, pero de lo que sí estoy segura es que en este momento, en el presente, en el ahora lo único que me importa en este mundo eres tú.
Ella se levantó y me abrazó. La miré a los ojos y la volví a besar. Ella me devolvió el beso.
-Espero que ahora entiendas como funcionan las cosas. No es que no te quiera, sino que tengo que planear esta cacería y conocer muy bien los movimientos de mis presas y también saber que presa es la mejor para cazar.
-No te preocupes, Sara.
La volví a besar. Mientras le decía.
-Ahora sé como me tengo que comportar en esta cacería tuya.
Me abrazó y me dio un beso.
-Tontito, creo que es hora de irnos. Están cerrando el lugar y yo ya no tengo más poder aquí.
Me agarró de la mano y nos dirigimos a la salida. Ya era bastante tarde. Era tan tarde que en poco tiempo podría decir que era muy temprano. Hacía frío. Ella acercó su cuerpo al mío y yo la abracé, mientras buscaba sus labios para besarlos otra vez.
-Es demasiado tarde para que te vayas solo a tu casa. Deberías quedarte conmigo para que no te pase nada y me hagas compañía.
Después de que pronunció esas palabras supe que es lo que tenía que hacer, supe como jugar en ésta cacería. Hoy era la presa ganadora. Ser su medio para el poder era el precio si es que quería tenerla. Era un precio que estaba dispuesto a pagar, no sólo hoy sino todos los días. Esa era mi estrategia, convertirme en su presa predilecta día a día hasta que mi amor por ella se extinguiera.
Llegamos a su departamento, me invitó a su cuarto, dormí con ella. Al día siguiente su cacería volvía a comenzar y mi estrategia se ponía en práctica por primera vez. Así empezó este ciclo que duró tantas noches como arenas en el mar.