Librería de Viejo

“En un pueblo de Escocia venden libros

con una página en blanco perdida en algún

lugar del volumen. Si un lector desemboca

en esa página al dar las tres de la tarde, muere.”

Julio Cortázar.

«Cuando el lector llegue al fin de esta

dolorosa historia se morirá conmigo».

Miguel de Unamuno.

Hace muchos años, en mi memoria parece ser que esto sucedió en los principios del tiempo, me encontraba caminando a la orilla de un famoso río que dio origen a una ciudad de la que muchos se ha enamorado, muchos lo hacen y muchos lo seguirán haciendo. No quiero ahondar en las razones por las que terminé en esta ciudad, pero lo único que es necesario saber es que abandoné completamente una vida. Esta decisión de alguna forma u otra me trajo hasta este río.

Decidí detener mi caminata para entrar a un café con una terraza que tenía vista al otro extremo del río. Me senté. Ordené un café. Lo tomé. No pude despegar la vista, ni concentrarme en algo que no fuera aquel pequeño local que se encontraba en la otra orilla del río. Cuando salí del café me dirigí hasta el local.

En la parte superior de la entrada del local se leía: “En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere. Julio C…” Era una librería de viejo. Entré por impulso. La leyenda en la entrada había generado en mí una sensación, no supe qué era esa sensación, ni la volví ha sentir hasta muchos años después.

Detrás del mostrador estaba una mujer. Hermosa como ninguna. En los años que había vivido sólo había visto mujeres tan hermosas en revistas y en la imaginación de algunos cuantos autores. En los años que viví después nunca pude olvidar a esa mujer, rara vez volvía a ver algo tan bello como ella. Me acerqué a ella intrigado por su belleza y por alguna extraña razón por la leyenda que estaba afuera. Se presentó. Se llamaba Julieta.

Empezó a contarme de las recientes adquisiciones de la librería, pero la verdad yo no le prestaba atención, no podía dejar de pensar en lo hermosa que era. De pronto tomó mi mano y me llevó por los pasillos de la librería, supuse que era para enseñarme alguno de los libros de los que había estado hablando. Me llevó por todos los pasillos donde había estantes repletos de libros. Me enseñó libros sobre caballos, arte, pintura, escultura, relojería, cocina, biografías, novelas, poesía, libros relativamente nuevos, primeras ediciones, obras que ya habían dejado de ser producidas, autores clásicos, autores viejos, nacionales, internacionales. Me enseñó todo lo que a ella le gustaba de la librería, estante por estante hasta que llegamos al final del local. Hasta la última pared, el último estante. Por más que trataba de entender de que manera estaban acomodados los libros en aquel lugar, no podía. Los estantes no estaban señalados. Los libros que Julieta me había enseñado no tenían orden alguno, parecían ser solamente libros acomodados a través de los años en la librería. Como si no se quisiera mezclar los libros que llevaban más tiempo ahí con los más recientes. Mientras Julieta me enseñaba un libro de Justo Sierra yo miraba el estante, parecía que arriba de todos los libros había algo escrito: «Cuando el lector llegue al fin de esta dolorosa historia se morirá conmigo. Miguel de U…”.

Cuando acabé de leer lo que había escrito en la pared una sensación, similar a la que tuve cuando leí la leyenda de la entrada, inundó mi cuerpo. Retrocedí y tiré una pila de libros que se encontraban sobre una mesa. Me desmayé.

Cuando me desperté no sabía donde estaba. Estaba acostado en un sofá. No podía recordar que había sucedido. El ruido de un libro cerrarse llamó mi atención y volteé la mirada. Ahí estaba ella. Estaba empezando a atardecer. La luz naranja y amarilla entraba por una ventana directamente a donde ella estaba sentada. Se levantó y empezó a caminar hacia donde yo estaba. Bajo la luz parecía que cada movimiento que ella hacía incendiara los libros, los estantes, el local. Era como si sus pasos fueran un recorrido de destrucción.

Cuando por fin estaba a mi lado me contó todo lo que había sucedido. Le pedí disculpas y le pregunté sobre las dos leyendas: la de la entrada y la del final de la librería. Me dijo que ella no sabía nada, que ni siquiera sabía cuales eran los nombres completos de los autores. Me senté. Me ofreció un vaso con agua. El fuego de sus pasos ya se había extinguido, la atmósfera del local se llenaba de un tenue y frío azul oscuro. Le pregunté como había conseguido la librería de viejo y me dijo que su papá se la heredó, que eso era lo único que había conocido toda su vida. Desde que tenía memoria se la había vivido en la librería, su papá había estado siempre en la librería, desde muy temprano hasta altas horas de la noche, aunque en el día no hubiera ni un solo cliente, su papá siempre estaba ahí. Las pocas veces que había estado con su hija lo único de lo que hablaba era de la librería, de los nuevos libros, de los viejos que acababa de descubrir. Era como si él tuviera una necesidad de buscar algo entre todos los libros, porque muy rara vez los leía, pero siempre los hojeaba. Pero un día, no muchos años antes del día que entré a esa librería, su papá le había dicho a Julieta cómo había conseguido la librería de viejo.

****

Antonio era hijo de un terrateniente, Jorge. Su madre había muerto, años después de haber dado a luz a Antonio, por causa de una enfermedad de la cual los médicos del pueblo e incluso los de la ciudad no supieron nada. Sus esfuerzos eran inútiles, no sabía que causaba la enfermedad de Pilar y los remedios que le daban no servían para nada, incluso en algunas ocasiones lograron enfermarla más. Un día de otoño, cuando las campanas de la hacienda anunciaban el medio día, el corazón de Pilar no aguantó más y se detuvo. Antonio estuvo a su lado todo ese tiempo, durante los malos tratos de la enfermedad hasta que se dejó de escuchar el último eco de la última campanada que anunciaba el medio día. Jorge además de ser terrateniente se dedicaba al comercio y por lo tanto se veía obligado a viajar constantemente y a ausentarse de la casa por mucho tiempo. Él no había estado en casa durante la enfermedad de Pilar, Antonio incluso dudaba que sus cartas le hubieran llegado a su padre, dudaba que su padre supiera que su madre se encontraba enferma.

Tuvieron que pasar varios años después de la muerte de Pilar para que Jorge volviera a pisar la hacienda. Antonio ya era un hombre, se había educado sin ver a su padre y sin entender por qué él nunca había respondido a sus cartas donde le suplicaba que lo único que quería su madre, para poder morir feliz, era verlo por última vez. Tampoco entendía por qué tuvieron que pasar tantos años para que lo volviera a ver. Tampoco entendía por qué el mundo tenía que ser un lugar tan cruel, donde un niño se puede encontrar tan desolado y tan perdido que sus únicos amigos sólo los podía ver de noche: la luna y las estrellas. Esas noches de soledad cuando Antonio se escapaba a los campos hicieron que él se diera cuenta de que no hay nada seguro, que al final del día eres tú contra el mundo. Sus amigos cada noche lo reconfortaban pero incluso ellos también se iban. Cada mes la luna se alejaba poco a poco hasta desaparecer completamente y abandonarlo. Las estrellas marchaban lentamente hasta que desaparecían en el firmamento, claro, no sin antes dejar a sus sucesoras marchando. Algunas ya no volvían de su travesía. Antonio supo que siempre estaría solo, que no necesitaba de su padre que no había estado ahí cuando la soledad y la tristeza hacían crujir las paredes de su cuarto y lo obligaban a buscar refugio en los brazos de sus amigos: la luna y las estrellas.

La llegada de Jorge a la hacienda no cambiaba nada. La presencia de Jorge seguía siendo ausente, como si él no estuviera. Aunque estuviera en el  mismo cuarto la presencia de Jorge era casi nula, como si estuviera muerto de alguna forma. Rara vez hablaba con Antonio y si lo hacia solamente era para cumplir con los protocolos mínimos de cordialidad. Ya no viajaba más por negocios. Cada día se veía un poco más desgastado que el día anterior, aunque no hiciera nada durante el día que lo desgastara. Antes del año de su llegada a la hacienda Jorge murió. Antonio se volvía a encontrar solo, aunque en realidad nunca lo había dejado de estar.

Antonio quería encontrar el lugar donde se sintiera como en un hogar. Vendió todo lo que le había heredado su padre excepto su diario y salió en búsqueda. Recorrió varios lugares, pero lo que más le sorprendió de su viaje era el diario de su papá. En él sólo habían cosas sobre las tierras, los cultivos y el comercio, ni un sólo nombre, ni si quiera el de él o el de su madre. Hasta que en medio de una página surgió un nombre: Onetti.

Onetti era un comerciante que viajaba por todo el mundo buscado los objetos más raros de cada región para después venderlos o cambiarlos por objetos aún más raros. Onetti le contó a Jorge sobre un viejo árabe que había conocido en uno de sus viajes. El viejo le había dicho a Onetti que él había sido un gran jeque y que en sus años de gloria había gobernado como ninguno sobre cientos de pueblos, que había poseído caballos, camellos, elefantes, jirafas. Cientos de riquezas inimaginables. Pero que había una en especial, única, que le había costado su reinado. Era un libro. Un libro único que decían que era capaz de dar muerte a su lector. El árabe le confesó a Onetti que él jamás se había atrevido ni siquiera a abrirlo, pero que era uno de sus tesoros más preciados. Era tan preciado que muy pocos sabían de su existencia. Pero un día, uno de los generales más poderosos escuchó al jeque hablar del tan preciado libro. El general amenazó al jeque con un golpe militar si no le daba el libro. El jeque negó la existencia de éste. El gobierno del jeque cayó. El general ahora poseía su arma más poderosa. El árabe había sido desterrado a vagar por el desierto.

Onetti al principio dudó de la historia del árabe, pero como buen comerciante no dejó pasar la oportunidad de tener un objeto tan preciado como aquel libro. Por lo que investigó la historia del árabe. Y encontró una leyenda de un hombre que era muy temido en el oriente, porque era capaz de matar a sus adversarios sin siquiera tocarlos. Onetti supo que la historia era verdadera y que ese hombre era el general que tenía el viejo libro del jeque. Onetti salió en la búsqueda del libro junto con Jorge.

Jorge no volvió a mencionar a Onetti en su diario hasta el final. Escribió que Onetti había encontrado al hombre y que había logrado reunir a un grupo de caza recompensas que los ayudarían a conseguir el libro. Que después de una gran batalla habían logrado acorralar al general. Éste agarró el libro cuando vio a Jorge y Onetti entrar en su tienda. Lo abrió en una página y la empezó a leer en voz baja, casi como en un rezo. Cuando acabó de leer, el general desapareció en una especie de neblina que se lo había tragado. Onetti y Jorge se habían dado cuenta del poder y de lo peligroso que era el libro. Entre los dos decidieron que un objeto como ése no se podía vender, ni siquiera podía ser poseído por un mortal. Acordaron que lo mejor sería esconderlo de todos los hombres. Buscaron por ciudades enteras buscando la mejor manera de esconderlo, hasta que en una ciudad encontraron una librería de viejo que se encontraba a casi a nada de la bancarrota. Entre los dos decidieron adquirirla y en ella esconder el libro. Sabiendo que esa librería de viejo se encontraba en un pésimo lugar, además de ser muy grande y contener muchos libros viejos que ya a nadie le importaban. Acabando de hacer esto Jorge regresó a la hacienda y Onetti se quedo en la librería de viejo cuidando el libro.

Antonio no sabía que pensar sobre el diario de su papá. Pero ya no tenía nada más que a sí mismo, a la luna y a las estrellas, entonces decidió ir a buscar aquella librería de viejo, cuyo dueño era un tal Onetti. Viajo por muchas ciudades hasta que en una de ellas un instinto incontrolable lo llevó a caminar por el río. En aquel río encontró un local que lo llamaba a entrar. Desde que entró en el local supo que ahí estaba Onetti, que su búsqueda había terminado. Las presentaciones no hicieron más que darle la razón. Onetti se veía casi tan acabado como se había visto su padre desde su regreso a la hacienda. Antonio sabía que no faltaba mucho para que el destino de Onetti fuera similar al de su padre. Decidió rentar una habitación de hotel hasta que el fatal día llegara.

Pasaron varios meses, Onetti parecía aferrase a la vida, pero un día ya no pudo más. Como Onetti no había dejado herederos la librería de viejo sería subastada al público. Con la herencia de su padre Antonio no tuvo ningún problema para adquirir el local. Entonces decidió buscar entre todos los libros aquel que le había arrebatado a su padre y que lo había hecho conocer la soledad desde una edad muy temprana. Siguió con su vida, se casó, tuvo a Julieta, se divorció. Pero su meta principal en la vida siempre fue encontrar aquel maldito libro. Hasta el día en que Antonio le había contado esto a Julieta él no había encontrado el libro.

****

Julieta siempre había pensado que su papá estaba loco. Esta historia no hizo más que decirle qué tan loco estaba. Julieta no soportaba esta librería que le había robado a su padre. Pero un día, antes de poder hacer cualquier plan sobre el futuro, Antonio desapareció sin dejar ningún rastro. Julieta quería huir del lugar pero no podía.

Le pregunté si ella creía en la historia que le había contado su padre. Solamente me dijo: No. Murmuró algo que creí que decía: solamente estaba loco, era un loco más. Luego sin mirarme a la cara me dijo: de seguro fue una historia que leyó de joven que lo obsesionó más de lo normal. Después me dijo que ella desde pequeña leía los libros de la librería, a escondidas porque su papá no la dejaba, temiendo que un día ella encontrara por accidente aquel preciado libro, y entre todos los libros jamás había encontrado algo que hiciera referencia al libro o al jeque o al gran general, ni siquiera el mismo libro mortal. Por eso todo debía ser una mentira.

Ya era de noche, incluso dentro de la tienda todo se encontraba a oscuras. Únicamente una lámpara de queroseno iluminaba la cara de Julieta. Seguía siendo hermosa pero en sus ojos podía ver tristeza. Le pregunté que le pasaba. Me dijo que en los libros había leído sobre lugares hermosos que ella quería conocer, pero que estaba estancada en la librería hasta que la pudiera vender. No sé si fue su belleza, el querer verla sonreír o solamente otro impulso como cualquiera de los que ya había tenido en el día, pero le dije: no te preocupes, si eso es lo que te molesta, entonces yo voy a comprar la librería para que tú puedas viajar. En ese momento ella sonrío. Era un sonrisa tan bella que hizo que yo mismo sonriera. Entonces se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla y después me abrazó. Sus labios eran suaves y cálidos, pensé que así se debía de sentir ser besado por un ángel, pero cuando me abrazó y sentí su piel fui feliz. El roce de su piel era como caminar en un campo de algodón. Supe que mi impulso no había estado equivocado, que si no sacaba ningún provecho de la librería de viejo, por lo menos ese momento había valido la pena.

Las siguientes semanas Julieta y yo realizamos todos los tramites para que yo pudiera comprar la librería y ella se fuera a recorrer el mundo. Extrañamente durante esos días no volvía a pisar la librería pero no podía dejar de pensar en ella. Cuando los tramites acabaron y la librería era mía, entré por segunda vez.

Apenas entré trate de agarrar un libro para leerlo, pero no pude. Las letras se movían, los párrafos no tenían sentido, las páginas eran muy lentas. Lo único que podía hacer era hojear los libros. Uno tras otro, como si estuviera buscando algo, pero no sabía qué. No había sido un error, en esa librería había algo que yo tenía que encontrar.

A. J. T. Fraginals.

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