Tú no sabes quedarte. Llegas, desordenas mi vida y te vas: lo tuyo no es amor; es turismo emocional. Dice Edel Juárez, y lo dice como si se pudiera hacer turismo con las personas, como si pudiéramos elegir un destino donde pasar nuestro tiempo libre, como si las personas se pudieran elegir con la misma facilidad con la que se elige una ciudad, en un mapa cualquiera, para pasar nuestro próximo día inhábil. Pero el turismo no es únicamente emocional, uno no camina por la calle pensando que aquella mujer o que aquel hombre es perfecto para que llegue, de paso como siempre, desordene sus vidas de la misma forma que he desordenado la mía y me marche sin mirar atrás, como uno se marcha del cuarto de un hotel después de haber pasado una mala noche en la ciudad. Uno va rumbo al aeropuerto o la central de autobuses o a dónde sea que ha dejado el auto estacionado para irse, para abandonar la ciudad y no volver, si es que todo marcha como se ha planeado. Uno no piensa así cuando camina por la calle, uno no piensa en joder a los demás con turismo emocional, pero, a veces, sí pensamos en hacer turismo personal, o lo hacemos sin la más mínima intensión.
No es que considere que las personas son como ciudades a las que se les puede visitar o las que se pueden habitar, pero tienen más semejanzas de la que nos gustaría admitir. No es lo mismo ir de visita a una ciudad que habitarla, de igual manera no es lo mismo visitar una persona que habitarla.
Cuando vamos de viaje poco tiempo a una ciudad vemos su lado bueno, todas sus novedades y excentricidades nos parecen curiosas, algo que no hemos visto y que vale la pena conocer. Viajas a una ciudad sabiendo que no deberás de estar en ella por más de un par de días, la disfrutas, ríes, te diviertes sabiendo que en un par de horas te despedirás a través de una ventana. Así sucede muchas veces con las personas, desde que las conocemos sabemos que nos apartaremos en algún momento, que nos despediremos sin decir nada. Así nos vemos desde un principio. A esas personas las vemos cómo a una ciudad a la que hemos ido de visita: llenos de expectativas y con curiosidad. Todo es una novedad y una gracia, e incluso aquellos defectos los vemos como una futura anécdotas y no le damos más importancia.
Pero al igual que las ciudades todo cambia cuando las habitas. Vivir en una ciudad es distinto a visitarla. ¿Cuántas personas llevan años viviendo en una ciudad y sin conocer todos sus atractivos? No es lo mismo estar de paso que habitar una persona, aquello que obviabamos porque no las volveríamos a ver, porque esa ciudad no la volveríamos a recorrer, todo eso ahora es una molestia latente, que no nos deja en paz. Aquello que pensamos que sólo sería una divertida anécdota se ha convertido en una historia diaria que ya no dejamos pasará de alto, se vuelve una contaste que nos atormenta. Cuando habitamos vemos otra cara, la cara de la permanencia, no puedes dar media vuelta y huir.
Las personas son como las ciudades, a unas las visitamos a otras las habitamos, otras las queremos abandonar, otras deseamos visitar y otras anelamos habitar. Hay ciudades que se han vuelto un mito. Un París de Cortázar, de Hemingway, un París del que sólo queda la nostalgia y la literatura. También hay ciudades que nos disgustan pero que al mismo tiempo no dejamos, como la Ciudad de México, como ese gusto culposo del que nos gusta quejarnos pero que nunca cambiaríamos.
También hay ciudades que recordamos con cariño por lo que fueron, por lo que fuimos en ellas. Hay ciudades que deseamos olvidar, por lo que fueron, por lo que nos hicieron, por quienes las habitan. Hay ciudades que marcamos con cariño en un mapa y hay ciudades que evitamos a toda costa.
Las personas somos ciudades, hay personas que se disfrutan sólo de visita, por momento y hay ciudades que son para habitarse, para disfrutarlas poco a poco, para quedarse ahí y hacer una casita. Hay ciudades para todos los gustos y todas pasiones. Hay personas con las qué hacemos nuestra geografía personal, un mapa de las vidas que hemos recorrido. Hay ciudades que se vuelven ese lugar secreto en la que pensamos cada vez que queremos reconfortarnos.
No los invito a hacer turismo emocional, no viajamos para joder los lugares a donde vamos, peo sí para aprender y enamorarnos de ellos. Sí viajamos para saber dónde nos encantaría habitar y no sólo visitar.
A. J. T. Fraginals