Mente en Blanco

Cuentan que había un tiempo en el que no existía el derecho al olvido, este derecho que todos adoramos y que es el pilar de nuestra sociedad y de los desarrollos tecnológicos. No me puedo imaginar un mundo en el que no se pudieran olvidar las cosas y todo tuviera que ser recordado por otros y por uno mismo. Un mundo en el que existiera una especie de base de datos donde se pudiera encontrar cualquier tipo de información sobre cualquier persona y no se pudiera solicitar que esa información se retirara.

            Hoy todo es olvidable, eso sí, no se puede modificar ni crear recuerdos ni falsear la información sobre ellos, desde el incidente de Alejo. No queda mucha información sobre el evento, pero lo que todos sabemos es que se ha olvidado todo sobre Alejo, excepto el nombre y que gracias a él sólo tenemos permitido olvidar mas no recordar.

            Cuentan que había un tiempo en el que todo se tenía que recordar. Qué terrible destino aquel de no poder olvidar. Las mismas voces dicen que sí se olvidaba pero no a voluntad, que el olvido era azaroso y de él dependía lo que se olvidaba y lo que se recordaba, no importa si fueran cosas malas o alegres, bellas o tristes. Él lo decidía todo y no permitía objeciones.

            Hoy no estamos sujetos al azar, sino a nuestra propia voluntad, nosotros decidimos qué es lo queremos recordar y qué es aquello que queremos olvidar. Esto ha sido una bendición pues hemos podido olvidar traumas de niños, como mojar los pantalones en la escuela o algún accidente que tuvieras que olvidar. Algún mal trago en una discusión, una decepción muy fuerte. O simplemente lo utilizamos para hacer más ameno el proceso después de un rompimiento amoroso. Todo el poder del olvido ahora está en nuestras manso y no en las de un viejo torpe al que algunos cabeza duras insisten en seguir llamando azar. Pero no sé si hemos abusado de ese poder, si se nos ha hecho tan fácil olvidar que ya no le damos importancia a los recuerdos y a las memorias.

            Muy pocos olores nos recuerdan cosas, qué decir de las pinturas o de los sabores. Muchos de ellos se han ido al olvido con recuerdos con los que se relacionaban. Yo ya he vivido mucho tiempo, pero no recuerdo mucho. Mi recuerdo más viejo es de cuando tenía 28 años, todo lo pasado está perdido. Tal vez para bien, tal vez para mal, ya no recuerdo.

            No sé si abusemos de nuestro derecho para olvidar, supongo que sería lindo recordar las primeras veces. Mi primer día en la escuela, mi primera novia. Mi primer beso y mi primera vez. Pero ya no recuerdo nada eso, ni la primera vez que estuve en París. De hecho, no recuerdo haber estado en parís pero tengo una foto en parís con una mujer que no recuerdo. Sé que no me queda mucho de vida, sé que ya estoy grande. No sé quienes vayan a querer recordarme, pero sé que muchos van a preferir olvidarme. Yo no podré decidir, tendré que olvidarlos a fuerza, es la única opción que me queda.

            Me gustaría poder recordar algunas cosas. Cómo eran mis padres, cuándo murieron y si yo estuve ahí con ellos en ese momento. ¿Tuve hermanos? Veo fotos viejas, con muchos niños pero no me reconozco entre ellos ni a los demás. Me gustaría poder recordar algunas cosas, creo que el olvido no es tan bello como pensamos. Ni el recuerdo tan malo como creímos.

            Tengo ochentacasinoventaños, ni si quiera recuerdo bien eso. Pero sé que lamentó mucho las decisiones que tomé de joven sobre el olvido, lo abracé como si fuera la única forma para ser feliz, como si olvidando y negando aquello que nos causa dolor o triste todo pudiera ser mejor, si así pudieras alcanzar la felicidad.

            A mis ochentacasinoventaaños veo hacia atrás, trato de recorrer mi vida de nuevo y no puedo. No hay una película, es como si no hubiera nada, lo único que veo pequeños fragmentos de vida inconexos. Hay caras a las que no les ligo un nombre, hay lugares cuyos eventos e importancia desconozco. Veo mi vida y no la siento mía, es ajena. Es como si yo ya me hubiera ido y con cada cosa que olvidaba una parte mí se iba con los recuerdos. Como si nos hubiéramos adelantado a la muerte y entregado incondicionalmente a un olvido prematuro y mutuo.

            Quiero despedirme, decir adiós a todos los que estuvieron en mi vida, pero ya no sé quiénes fueron ni dónde están, ni qué hicimos juntos. Estoy en un cuarto cuya ventana da un bosque, es un lugar tranquilo y hace frío. No sé dónde estoy, seguro pedí olvidarlo en cuanto llegué. ¿Y si vine a morir y no lo recuerdo? ¿Y si me trajeron a morir aquí y me hicieron olvidarlo? La puerta tiene llave, tal vez yo la guardé en algún cajón y no lo recuerdo. Tal vez alguien más la tiene y sólo tengo que esperar. Tal vez sólo sea una mala broma y luego la pueda olvidar. Tal vez, sólo necesito que pase el tiempo y olvidar este mal momento.

            Me sentaré a ver por la ventana y a hojear el libro que está en la mesa, si ya lo he leído, seguro que también ya lo he olvidado, así podré pasar los días.

A. J. T. Fraginals

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