No logro resolverme. No logro resolverme. No encuentro solución por más que me concibo renovado. No logro hacer diferencia por más que yo decida quererlo. Nada me llena. Nadie me llena. Extrañar es una mierda, no resuelvo nada. Es como empezar un cuento y terminarlo en poema.
Otro bar, otra fiesta. Esa morena es hermosa, tal vez deba… oh, no, tienes novio. Disculpa un carajo, o dos. No pienso destruir más nada, ya todo está muy podrido.
También está la rubia esa, que me mira. He tenido sus ojos verdes encima toda la noche. No es espectacular, pero tampoco está mal. Me gusta más que la espuma de las olas. Me gusta bastante en realidad. Nadie es especial a menos que uno lo decida, y ella parece más mágica que eso, porque yo así lo estoy decidiendo.
Debo distraerme de la morena, pues es injusto no poder tenerla. En realidad busco distraerme de la suma de todas, las que tuve y las que nunca pude, así que salgo con la rubia que cura, que cautiva. Pasando el tiempo y pasando ella me enamoro, no porque ella tenga un don, sino porque yo decido que debe tenerlo.
Tomamos un café. Es bueno porque así no me duermo mientras ella habla y mientras yo decida permanecer callado. La tensión es algo favorable y debe ser aprovechada. Repetimos el proceso un par de veces, hasta que el café ya no sea necesario. El punto es demostrar que no estoy loco, o por lo menos no el tipo de loco al que las mujeres huyen. No es tan difícil. Ellas mismas han salido con gente que uno no puede explicarse. No se supone que hagas algo extraordinario, la mayoría de las veces basta con no cagarla. Si decidieron salir contigo, enamorar y enamorarse llega solo, pues ambos lo están deseando. Es eso o están buscando sexo, en cuyo caso el chiste se cuenta solo. La gente, pues, no se enamora del otro, sino de la idea de enamorarse. Así es como se predispone uno, y por eso, repito, con no cagarla casi siempre basta. Por eso enamorarse no tiene chiste.
Pero se siente bien, eso sin duda. Siento que floto. Pasan los meses: nos enamoramos, nos enojamos, nos enamoramos más. Nada nuevo, todo viejo. Tal vez pueda ser una mujer importante en mi vida, aunque sé que no lo será. Sé que ahora me gusta más que la morena, aunque uno nunca sabe. También sé que ahora me importa, aunque uno nunca sabe. Tal vez deba empezar a comprar flores; me es difícil porque ella vale más que cualquier rosa… aunque uno nunca sabe.
Otro bar, otra fiesta. Y la morena ahora está soltera. Que se joda. Uno no puede andar coincidiendo por ahí, porque se le va la vida a uno. Es como empezar un cuento y terminarlo en poema. La rubia es mía y me ha costado, no porque me haya costado, sino porque decidí que debía costarme. Es la historia de mi vida.
Entonces sucede: otra casa, otro cuarto de colores. Otros vestidos, otros aromas. Otra cama, otras sábanas. Otros ojos, otra piel, otros lunares, otros ritmos. Esto es cómodo, más que mágico. El suave tacto. Debería ser una garantía individual o algo; como un derecho. No concibo ser humano que jamás experimente esto, o más bien no quiero imaginarlo, porque uno nunca sabe. Sé que ahora morir vale, porque es cuando menos quisiera. Sé que amo, no porque me sea espontáneo, sino porque decidí meterme en ello.
Ella se levanta, mi rubia, tiene que irse. Me deja solo en su cuarto: pocas situaciones más íntimas que esta. Me pregunto qué habrá pasado con el anterior, y con el anterior a ese. Sé del repudio que le tiene al pasado. Como si la falta de empatía por quien nos daña estuviese justificada, cuando es por quien más deberíamos tenerla. No quiero vivir a la sombra de su pasado, ¿pero ella no está viviendo a la sombra del mío?
La vida es injusta para ambos, no hay nada más justo que eso. Como un cuento que termina en poema. No quiero que ella me repudie, aunque sé que lo hará. No quiero que me vea como ahora ve a su pasado. No quiero decepcionarla. No quiero que la tenga otro, pues nadie la merece más que yo (aunque ella no lo sepa). Para mí sería fácil vivir por ella y para ella a partir de ahora, pero no debo decirlo porque puedo verme intenso, y ese es el tipo de loco al que las mujeres huyen. También sé que no la necesito. Sé que podría olvidarla; sé que lo haré. Sé que habrá una última vez que haremos el amor. Sé que no soy Romeo y ella no es Julieta. Sé que ambos lo sabemos. Si sé todo esto, ¿por qué sigo?
Ella es mi extra, por eso lo hago. No la necesito, pero estoy mejor si la tengo. Siempre estaré mejor si la tengo. Debo intentar conservarla y que sea sólo mía. No sé muy bien por qué, supongo que porque así lo decido. Siempre ando decidiendo.
Así pasa el tiempo: nos amamos, nos enojamos, nos amamos más. Nada nuevo, todo viejo; y el amor existe por un momento, porque yo decidí que existiera. Por eso amar sí tiene chiste. Todo son rosas y flores y pétalos. Pero invariablemente los problemas llegan. Nos amamos tanto que empezamos a esperar algo, cuando el hecho de no esperar nada fue lo que pudo unirnos. Uno ama cuando deja de esperar cosas y empieza a esperar cosas cuando ama. Es como el cáncer.
– Sofía: me arrepentiré pero debo irme, no sé por qué. Eres hermosa. Adiós.
Pasa el tiempo: nada nuevo, todo viejo. La nostalgia carcome. De nada sirve olvidarla, implica esfuerzo; me parece demasiado corriente. Recordar tampoco es útil por obvias razones. La vida se reduce a vivir en medio, aunque no se resuelva nada. Aunque nunca se resuelva nada. Como moscas volando en mi oreja
como rosas y flores y pétalos.
Como cuchillos en la piel bailando,
como fuego demasiado cerca.
Como espinas que acarician globos
como buitres hambrientos.
Como gota en un borde acumulada
que jamás revienta.
Y la gota brillante deseando,
queriendo caer y jamás cayendo.
Inservible, acumulada, sin destino, sin puerto.
Como cuchillos en la piel bailando.
Como gota en un borde acumulada.
Así es en mí tu recuerdo.
Dicen que amar es una decisión… entonces, dejar de amar también lo es.
Soy de los que dicen eso. Muchas gracias por leer, y más por el comentario 🙂