Primer Desdoble

Llovía. Qué digo llovía, se estaba cayendo el cielo. Pero no importaba, no mientras continuáramos tomados de la mano.

Caminábamos sobre los charcos, sus tacones hacían un sonido horrible cuando pasaban sobre el concreto mojado. Nuestro rojo paraguas comprado en algún pequeño país de Europa apenas me cubría una parte del cuerpo, pero ella no se mojaba y eso era lo que importaba. Prenderle el cigarro, darle la primera bocanada al mío y seguir caminando. Todo se trataba de seguir caminando, de hacerlo tomados de la mano. Mi cigarro se consumía, una mirada tímida y una sonrisa que aceptaba lo que proponía la mía. En algún punto tenemos que llegar, finalmente tendremos que terminar nuestro recorrido. Pero aún no era el momento, el viento continuaba vertiendo esa fría brisa sobre nuestros rostros, sus tacones seguían haciendo ese horrible sonido.

Sus rojos labios me llamaban, pero teníamos que seguir caminando. Usted puede creer que caminar tomados de la mano es fácil, pero todo se vuelve más complicado cuando uno va fumando y sosteniendo un paraguas que sólo la cubre a ella. Además de que su servidor se muere por besarla y dedicarle el Poema #3 de Neruda.

Pero no se trata de besarla, se trata de caminar juntos, tomados de la mano, bajo la lluvia. Se trata de éste momento, se trata de que ella está conmigo, y del horrible sonido que sale de sus tacones al tocar el jodido piso. No se trata de una mujer más en la lista, ella es diferente, significa algo… O al menos de eso me he estado convenciendo.

Nos detenemos en la esquina, los coches están pasando. Mi cigarro se ha consumido y ya es hora de tirar la colilla al piso. Lo hago. Levanto la vista, me está viendo a los ojos. Por la inercia del momento, cualquier hombre la besaría. Digo, es el momento perfecto: un país ajeno, la lluvia, las manos que no se han despegado y unos ojos delineados mirando fijamente los tuyos. Pero no, no se trata de esto. Hay que seguir caminando. La abrazo un poco y la jalo del brazo para hacerle entender que aún debemos terminar nuestro recorrido.

Es la lluvia y el peligro de enamorarse. Uno no viaja para caer en ese estado de miseria mental que algunos llaman enamoramiento (algo así diría Ortega y Gasset), lo hace para conocer un país diferente al suyo, y si conoce a alguna mujer sólo va a intentar un encuentro casual como los tiene en su país de residencia. Nunca se viaja para enamorarse, pero es inevitable. Su servidor no espera que su corazón sea tan débil como para enamorarse de ella mientras escuchan Devendra Banhart en alguna estación del tren. Me enamoré y ya, no tengo la culpa de nada. Yo no vine para ésta basura.

Pero ya estamos caminando bajo la lluvia, tomados de la mano. Ya cedí, en sus ojos puedo perderme hasta el ocaso de nuestro tiempo. Podría escuchar el horrible sonido de sus tacones por el resto de la eternidad, siempre y cuando éste momento no se acabe. Mientras que sigamos enamorándonos, mientras que aún no nos besemos, mientras que yo no me regrese a México.

Y ese es justamente el problema. ¿Para qué es todo esto? ¿Cuál es el punto de enamorarse si sólo va a durar un aproximado de 14 días? Eliminando unas 36 horas que voy a gastar viendo el fútbol y otras 24 jugando a que estoy escribiendo, claro. Uno no puede decidir si se enamora o no, pero puede ocultarlo o expresarlo. Pero, si da lo mismo si todo esto termina mañana o en una semana, ¿cuál es el punto de decírselo?

Da igual. Ella está enamorada de mí y mi mano ya se acostumbró al abrigo de la suya. Tal vez lo mejor sea encender otro cigarro y dejar que el tiempo continúe enamorándonos.

Hasta que me regrese a México.
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