Retroceder a la izquierda

No puedo escribirle. No puedo escribirle porque sería regresar, qué digo regresar, retroceder a la izquierda. No puedo escribirle porque sería revivir las noches solitarias, cuando mis padres estaban en Jerusalén y yo repasaba todo de nuevo dándole vueltas a la sala. Intentando corregirnos y no podía. Intentando dormir y no podía. Intentando comer y contando la sombra de mis dedos sobre la mesa. Sin dedo, con dedo, sin dedo, con dedos. Intentando darme razones para que la dignidad fuera una razón válida. No puedo escribirle porque sería estúpido volver a eso, a las clases cuando Augusto me miraba como sin saber qué coño porque llegaba tarde y me sentaba al fondo. Sería recuperar, qué digo recuperar, retroceder a la izquierda a aquellas conductas insanas mientras mi obsesividad daba vueltas, tratando de corregir el error que no cometí pero que me arrepentía de haber lo que sea que nos ocurrió… porque no entendí nada. Claro que terminé escribiéndole. Tal vez porque la pseudoinocencia mueve montañas, al parecer, junto con las ganas que tenía de saber algo de ella. Porque el pasar de los meses me hizo ver que tal vez había estado exagerando al principio, es decir, obviamente somos personas maduras y perfectamente capaces de escribirnos sin que tal cosa nos haga retroceder a la izquierda; así sucedió un par de veces, al menos. Y cuando pensé que nuestra incertidumbre sería incapaz de provocar lo prohibido ya estábamos en el mismo bar juntos. Y sucedió un par de veces, nada más, porque obviamente somos personas maduras y capaces de mirarnos sin que ello sea razón para preterizar el presente. Y cuando pensé que nuestro bailar no trascendería más allá del simple tacto ya nos estábamos besando. Obviamente. Y cuando pensé que nuestros besos, y los besos… y exactamente dos semanas después te conocí, Florencia, y la verdad es que me entretuviste lo suficiente hasta hoy, que recordé todo esto. Hasta hoy que recordé que tenía que ver a Sofía el martes. Que recordé que si no fuera por ti yo no sé mi dignidad hasta dónde estaría ni cuántos dedos tendría pegados en mi sombra, porque me elevaste como viento contrariando el destino de una hoja de papel a la deriva. Y entonces veo que soy Pablo o tal vez David porque, en serio, al menos lo fui hace dos besos o dos párrafos. Y me veo cada vez que él te escribe porque tal vez pensó -como yo- que su incertidumbre provocaría algo en su Sofía, que es mi Florencia, porque siempre es más o menos predecible saber dónde terminará una hoja de papel desesperada; o pensó -como yo- que el calor de su bailar trascendería, porque la pseudoinocencia siempre puede ser capaz de mover montañas. Y me veo en él y digo: “carajo, estuve cerca”, la única diferencia es que él no tuvo suficiente viento, supongo, o una Florencia en el momento preciso. Por eso no puedo odiarlo aunque sea Pablo, porque yo he sido él con Sofía mientras alguien más estaba siendo con ella lo que yo soy contigo mientras Pablo… no sé si me explico. Porque Sofía es la Florencia de alguien más en este momento y viceversa. Y todos hemos sido David. Y me tienes aquí escribiendo cuando una semana antes de conocerte yo iba completamente en sentido contrario y no lo sabes, Florencia, pero por algo me pareces hermosa aunque la relatividad nos gobierne, pues es lo mejor que sabe hacer siempre.

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4 Comments

    1. ikerbg abril 20, 2014 at 7:53 pm

      Gracias, dude 🙂

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  1. marisolbarrientosg abril 21, 2014 at 12:57 am

    Podrías ser tu el amable que responda a la pregunta de meses atrás… ¿Por qué el caballero sucumbe a la imagen de la mujer dormida del lado del corazón, desnuda y natural? Me he dado cuenta de que es casi inherente a las pasiones del ser humano, pero especialmente a la del varón.
    Hermosa ilustración, bonita noche.

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    1. ikerbg abril 28, 2014 at 1:12 pm

      Antes que nada muchas gracias 🙂

      No puedo responder tu pregunta en nombre de otras personas, pero personalmente me gusta todo lo que puede implicar vivir dicha imagen y guardar el recuerdo, al grado de querer dibujarlo. Saludos.

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