La fila era larga y lenta. Dos compañeros de trabajo, Ramírez y Chávez, platicaban como cualquier día a la espera de poder comprar su café:
– Es como cuando una mosca se posa en las nalgas de una vaca, dijo Ramírez: mientras sea la única ahí, es inteligente de su parte quedarse y comer todos los pedazos de mierda que encuentre. La vaca nunca se dará cuenta que una diminuta mosca le está inspeccionando el culo, comiendo y probablemente dejando molestos huevecillos. El problema viene cuando llegan más moscas. Cuatro o cinco aún están bien, pero después de ellas llegarán 10 o 15, ¿crees que la vaca soportará igualmente 15 moscas hurgando su culo?
– Por eso, respondió Chávez, me parece que las moscas son muy estúpidas.
La fila avanzó. El Starbucks estaba a reventar, como era costumbre, justo a la hora del descanso en la oficina. Antes, Ramírez y Chávez compraban café en otro establecimiento, más económico y con menos gente, incluso más cerca de la oficina, pero desde hacía un mes habían notado que Mary y todas las secretarias del trabajo acudían al Starbucks y se posaban en sus cómodos sillones… cuando alcanzaban lugar en ellos. Era la oportunidad de ambos para establecer contacto.
– Ahí está la Carmela, dijo Ramírez con ojos traviesos. Si tan solo la fila avanzara más rápido, chingada madre.
– Para qué te preocupas compadre, de todas formas ya casi debemos regresar. Mejor sígueme contando eso que viste ayer en la tele, lo de las moscas…
Ramírez continuó:
– Ah, claro, te decía que cuando más de 15 moscas quieren comer del culo de la vaca, es probable que a la primer molestia la vaca mueva la cola y mate unas cuantas, embarrándolas contra su propia carne. Dime tú, ¿qué harías si fueras una de las demás moscas?
– Pues muy fácil compadre: me largo de ahí. Siendo mosca podría conseguir comida en cualquier otro lado, más fácil y con menos peligro. Es estúpido ir a donde va todo el mundo.
La fila avanzó. Era el turno de Chávez.
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Al finalizar la jornada laboral, Ramírez y Chávez caminaron al coche, le pagaron al viene viene y se fueron camino a casa.
– ¿A qué querías llegar con lo de las moscas hoy en el café? – preguntó Chávez a Ramírez.
– ¡Ah!, pues que el chiste es que lo que en un principio era lo mejor, si lo empiezan a hacer todos deja de serlo, ¿no te parece extraordinariamente revelador?
– Creo que entiendo lo que dices compadre.
– Es fascinante la naturaleza, a veces creo que esto de vivir en la ciudad, como todos nos hemos forzado a vivir, no está del todo bien. Es triste no poder presenciar todos esos procesos.
– Tú siempre tan imaginativo, compadre.
Ambos creyeron que pensar eso era cool y los diferenciaba del resto, porque por otro lado, y aunque ambos no entendieran del todo bien el concepto, hubiera sido muy mainstream no hacerlo. Todos necesitan pisar un pedazo de originalidad de vez en cuando, o al menos sentir que lo hacen.
Hacía 20 minutos que no avanzaban. Insurgentes estaba a vuelta de rueda y ya daban más de las nueve de la noche. Ramírez decidió invadir el carril del metrobús, pues ya era muy tarde y tenía que ver a su familia, dormir cuando menos 6 horas y levantarse al trabajo. Apenas era lunes y no tenía pensado desvelarse teniendo toda la semana por delante. Chávez apoyó la idea.
– Esto del metrobús vino a salvarnos el pellejo, dijo Chávez.
– A huevo, respondió Ramírez.
No tardaron mucho en encontrarse con una gran sorpresa: 20 metros adelante el carril del metrobús estaba igual o más atascado que los demás carriles. Al parecer no eran los únicos que habían pensado sobrevivir de esa manera, como moscas hurgando en el culo de una vaca.