The Darkest Day

All flights cancelled, flying tomorrow. Duncan.

Los muchachos y yo caminábamos por la pista del aeropuerto de Munich, de vuelta a nuestro Airspeed Ambassador. Era una de esas heladas tardes alemanas en las que todo lo que uno quiere es regresar a casa, besar a la esposa y descansar un ratito. Treinta y ocho personas caminábamos por tercera vez por aquella pista, siendo la más reciente aquella en la que regresamos del avión a la sala de espera, hace tan sólo quince minutos. Sería la tercera que vez intentaríamos despegar. Tercer intento, carajo.

El aeropuerto estaba plagado de miradas sombrías que acarreaban susurros cargados de miedo y nervios. El viento helado azotaba contra nuestras desnudas caras. Tal vez haya sido por la angustia que nos causaba toda la situación, tal vez fuera la actividad física causada por el ir y venir por estas largas pistas, pero el frío era lo de menos. El problema era tener que volar bajo estas condiciones. Y peor aún cuando el piloto fracasó en sus dos primeros intentos de hacer despegar el pinche avión.

Comenzamos a abordar; la tragedia parecía inminente. Liam Whelan me tomó de la mano y me miró a los ojos. Podía ver cómo la resignación se reflejaba en ellos, esa resignación que sólo es observable en aquellos hombres que delegan su destino a fuerzas mayores que creen existentes.

This may be death, but i’m ready- fueron las últimas palabras que me dijo Whelan.

Subí y me acomodé en la parte de atrás del avión. Pensé que, si el avión se estrellaba, tal vez la peor parte se la llevarían los que se sentaran hasta el frente. Me acompañaron Jones y Colman, e intercambiamos algunas palabras reconfortantes. Claro que todos estos intentos fueran vanos, pues no importaba lo nefasto de la situación, teníamos que regresar a casa.

Finalmente, el Airspeed Ambassador comenzó a avanzar. Ese momento fue horrible, pues en ese momento nadie estaba seguro de si, en ese momento, el avión finalmente a despegar o no. Solamente quedaba esperar a sentir que el avión se levanta junto con uno mismo, o que el piloto abortara el despegue. Y ni hablar de algo peor. Fuimos tomando más velocidad, y juro que sentí que despegamos, pero súbitamente comenzó a bajar la velocidad del avión.

<<Christ. We won’t make it!>>

* * *

El calor me despertó. O fue el humo. O fueron los gritos. O fue la muerte que me rodeaba.

No alcanzaba a ver mucho. Únicamente fuego por todos lados. Un fuego que había sido previamente anunciado. Una tragedia que podría haber sido evitada si hubiéramos sido un poco más brillantes. Yo qué sé.

Miré a mi alrededor. Jones y Colman estaban muertos. Escuché gritos. Vi la nieve colarse de forma burlona dentro del avión. Vi a Harry Gregg levantarse y empezar a sacar a la gente, tal vez porque habría posibilidad de que el avión explotara. Traté de moverme, y entonces entendí que sería imposible que sobreviviera. Me convertiría en una estadística que tal vez pasaría a la historia.

Me resigné. Entendí que todo acababa, aunque un poco antes de lo que había previsto. En realidad, uno no entiende lo frágil que es su condición de humano hasta que está a punto de morir. Cuando estamos vivos, parece que esto en realidad no nos importa. Escuchamos la radio, jugamos fútbol o hacemos política pretendiendo una suerte de ignorancia frente a nuestro último destino como mortales. No importa quiénes seamos, ni qué ganemos, ni a quién amemos, ni qué tengamos; finalmente todos tenemos la pésima costumbre de morirnos y no llevarnos ni a nada ni a nadie con nosotros. Yo, Thomas Taylor, no me llevo ni a mi familia, ni a mis estadísticas, ni al Manchester United conmigo. Morí en el accidente de avión de Munich el 6 de febrero de 1958. Y eso es todo.


Éste breve texto, originalmente publicado en el suplemento cultural El Obelisco, ésta basado en el Munich Air disaster, del 6 de febrero de 1958, en el que murieron veintitrés personas de las cuarenta y cuatro que viajaban en el avión. Dos fueron tripulantes de este, ocho fueron jugadores del Manchester United, tres formaban parte del staff del equipo, ocho eran periodistas, uno era agente de viajes y el restante era un fan.

We’ll never die.

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