Un sin fin de imaginarios

Un sin fin de imaginarios se dibujan en el parabrisas del coche. Imaginarios que solo pocas personas tienen la capacidad de entender y que para cada persona es una situación diferente. “Es momento de reflexionar” dice una voz en el radio, una voz que se ha convertido en el acompañante de muchos a esa fría hora, que en lo personal me llega a parecer algo molesta ya que es el recuerdo de un vaivén de marea urbana que llega a causar cierta náusea después de un tiempo.

En realidad, me parece que toda persona debe estar en una constante reflexión y, aunque estén trabajando en otras cosas, su mente está dando vueltas a otros asuntos. Cansancio mental.

Hoy soñé con ella, lo sé porque el frío sudor me ha despertado casi como si se tratara de un mal sueño. Hubiera preferido el mal sueño, pero ahí estaba, tan hermosa como siempre, tanto en físico como en espíritu. La mirada fija me leía de pies a cabeza, aquella musa me conocía, siempre conmigo; nunca mía. Una vez agitado, sin conciliar sueño, me levanto por aquel néctar que me ayuda a tranquilizarme y despejar la mente; resulta difícil imaginar una vida sin ella y ahora que no está no hago más que pensarle y visualizarla.

El chasquido de la cuchara contra el tazón que contenía yogurt y el “slurp” del popote hacia el café casi moribundo, son los acompañantes de Lucía. Una mirada perdida pero alegre en la cuál se refleja una historia de amores, temores y alegrías. Con una voz tenue y cálida, costumbres poco comunes que, si se analizan a detalle, caen en lo ordinario para cualquier otra persona. Yo sé su secreto, es su porte lo que hace que se vuelva única dentro de lo ordinario.

El fantasma de su perfume merodea y engaña a mi imaginación. Aquel cuarto donde juramos todo y nada, siempre y nunca, ahora resulta bastante corriente para la historia que encierra. La única víctima visible es aquél listón para el pelo que siempre usaba, que yace en mi escritorio inerte, sin vida, el cadáver del amor que no pudo ser pero que con un poco de imaginación aún cobra vida en la memoria y el recuerdo.

Cuántas veces debe pensar que está perdida en un sin fin de ideas, cuando es interrumpida para continuar con su trabajo. La idea de un potencial cautivo por una necesidad se vuelve casi insoportable. Pero cuando piensa dos veces, toma un respiro, sorbe nuevamente el café y continua trabajando e imaginando cómo sería el dejar todo y poder escapar.

Tantos escritos por ella, tantas pinturas para que sólo quede una idea. Me enamoré de la idea de una persona sin querer ver a la persona como tal. Ese debe ser el peor fracaso, enamorarse de una idea y no de la persona… “ni pedo”, mi único consuelo a la hora de absorberme en la copa. No suelo escribir, pero aquel fantasma de dichosa ninfa regresó, cuatro de la mañana y mi palidez me delata, no consigo dormir, me pregunto si esta desdicha desaparecerá. Veo al fantasma nuevamente, desenvaino aquél pincel seco y ferozmente ataco al bastidor derramando sangre de colores que dejan ver su forma.

El guiño de ojos se vuelve un juego que aprendió hace tiempo, con el cual logró crear esa atmósfera de confianza que a tantas personas les gusta. El guiño acompañado por una sonrisa picara resulta ser la combinación perfecta para su cometido. Como si fuese cualquier día normal cumple con sus labores, al cuarto para las seis toma sus cosas y junto con el sol otoñal, desaparece en aquel horizonte urbano invadido por una densa neblina de smog.

Me siento y comienzo a jugar con los pies, recordando aquel juego infantil que solíamos tener que más que un juego se convirtió en un hábito. Supongo que todas las parejas deben tener ese hábito que comenzó como un juego pícaro, en cierta forma una conspiración entre dos personas. Extraño tu “pelo” dibujando siluetas en mis manos y ahora le digo “pelo” porque en tus palabras, cabello es de nacos, suave, rubio y sedoso un poco más.

Te extraño hoy y siempre, recordando la primera vez que te vi. De blanco, lente oscuro y sentada pretendiendo saber lo que hacías, cuando en realidad estabas tan perdida como yo. Un misticismo de intriga y belleza única, ojalá pueda conocerla… Vaya sorpresa cuando te encontré sentada en aquél salón de clases, cuatro paredes que serían cómplices de aquella historia.

Al final quién diría que he cambiado mi preciado insomnio por los sueños donde no apareces diario pero sí con frecuencia, es mejor encontrarnos de vez en cuando en ellos que dejarte para siempre. Recordando aquellas pláticas infinitas en dónde no podíamos dejar de hablar ni un momento; mensaje, llamada, en persona… en sueños; y al despertar platicar lo que ya era costumbre: -¿Qué soñaste? –Contigo. Seguido por la clásica pregunta: -¿Qué hacíamos? – Nos besábamos”. Por alguna extraña razón los sueños que llegábamos a tener solían ser el presagio de algo no muy lejano. Después de tantas horas, días y momentos, me encuentro a este fantasma y no existe peor cosa que el no saber cómo estás.

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