Uno siente cómo los dedos de tus manos rozan su piel y piensa, ¿qué es lo que nos espera? ¿A dónde vamos con todo esto?
Y mientras tomo lentamente tu mano, todo parece mucho más claro. Puedo imaginar tantas cosas, tantos futuros, y en todos y cada uno aparecemos juntos. Siento que tu mano empieza a presionar la mía, y empiezo a creer que nunca me soltarás. Que tal vez todo siempre sea así. Y te suelto la mano, y me la vuelves a tomar.
No creo que esto se trate de lo que nos espera, ni de a dónde vamos, ni de cuál es el sentido de todo lo que hacemos (o no hacemos). Empiezo a contar los lunares de tu hombro izquierdo y me doy cuenta de que buscar darle sentido a todo es algo idiota. Que es ingenuo pensar que todo debe ir hacia algún lado, que es tonto olvidar que hay cosas que son y ya está. Y el chiste es que tú y yo somos. Seamos.
Y miro tus ojos y pienso que no hay otro lugar ni otro momento en el que quisiera existir contigo. Que todo se reduce a nosotros y esto es lo que es verdadero, lo que configura nuestra realidad. Y mi realidad eres tú, coño. Son estos ojos los que quiero ver abrirse cada mañana que me nos despertemos en la misma cama. Son estos ojos los que quiero ver iluminarse de alegría, y a los que, de vez en cuando, tal vez veré soltar alguna lágrima.
Es curiosa la manera en la que me arrastras. La manera en la que dejas que la luz que irradias resbale por la atmósfera. Y que tus labios se escurran hasta los míos, e inevitablemente nos besemos. Y cuando te beso es cuando estoy seguro de todo. Y soy invencible, y puedo hacerlo todo, menos huir de ti y de esto que poco a poco fuimos aprendiendo a llamar “amarnos”.
Y bailamos…