Ansia

Siempre la frustración; la ansiedad. El saber dónde estás, qué haces, con quién. ¿Estarás pensando en nosotros? Carajo. Esa horrible sensación de ignorancia; de una total falta de certeza sobre asuntos tan irrelevantes, tan banales, tan efímeros, tan carentes de importancia, tan nosotros.

Es un cliché que la gente fume tabaco para matar las ansias, y eso es justamente lo que suelo hacer. Un cigarro tras otro, y el tiempo que se consume con cada bocanada de humo que sale desde lo más profundo de mi cuerpo; ahí donde tu ausencia me asfixia cada segundo que marca el horrible sonido del reloj. Siento mi existencia demasiado enraizada a tu presencia, al calor de tus manos, a poder abrir los ojos y saber que estás del otro lado esperando. Siempre esperando, expectante a lo que sigue, a lo que haremos a continuación, a que el tiempo transcurra y arrastre todo esto que hemos construido entre nosotros. Siempre del otro lado, estirando la mano con la expectativa de que yo, alguna vez, cruce a donde me estás esperando.

Otra inhalada al cigarro y el humo que empieza a inundar la habitación. Tal vez sea el ocio el que me hace pensar en ti y recordarte, el que me hace revivir dentro de mi cabeza los momentos más relevantes de nuestras vivencias. Recuerdo, por ejemplo, esas tontas caminatas bajo la lluvia. Yo siempre buscando refugio; tú siempre dejando que la horrible lluvia de esta ciudad empapara tu rostro. Y caminábamos y me tomabas de la mano, y cada vez que nos deteníamos debajo de un techo para escurrirnos un poco, aprovechabas para juntar tus labios con los míos y recordarme que todo siempre se trató de estar contigo.

Y todas esas noches hablando de literatura, entre cervezas y mis siempre fallidos intentos de evitar que termináramos en la cama. Esas pláticas de Cortázar y la enorme dificultad que siempre encontraste en leer Rayuela; lo que nunca hablamos sobre Hemingway y los cientos de poemas que me hubiera gustado leerte.

Todo es tan dramático. Pensar en cuánto me gustaría que estuvieras conmigo, para recibirte en la puerta y sumergirme en ese vórtice de saludos y el cómo estás y el bien y tú y te extrañé y yo también y me muero por besarte y nos besábamos y sentíamos que de eso se trataba estar vivos. Yo nunca supe si a esa mierda le llamaban destino, pero cada vez que nos besábamos estaba seguro de que había algo más, que era imposible que alguien pudiera pensar a la existencia desde una perspectiva nihilista viviendo cosas como esta.

¿Dónde podrás estar? Siempre fuiste tan buena para resbalarte por la vida; para dejar que fueran tus pies los que decidían dónde ibas a estar. Nunca entenderé cómo fue que terminaste estando conmigo, que más bien cierro los ojos y espero a que las cosas me terminen sucediendo.

Mientras me dejo envolver por todos esos pensamientos y complejos, parece que me acabé la caja de cigarros. Tomo una cerveza y me quedo dormido en mi viejo escritorio; éste que esperó tanto tiempo a que yo volviera a escribir. Y es que hacerlo es tan difícil, porque uno nunca está muy seguro sobre la razón por la que lo hace. Hay quien dice que el propósito del arte es expresar lo humano, pero creo que soy muy ingenuo como para plantearme eso.

Despierto de golpe pues oí que se cerraba la puerta de mi habitación. Volteo y estás parada en el umbral, esperando a que me levante y vaya a tus brazos. Siempre tan predecible, me levanto del escritorio y corro a abrazarte y juntar mis labios con los tuyos. Y te digo que te extrañé y me dices que no sea ridículo pues nos vimos en la mañana y te respondo que cada segundo que pasamos separados es insufrible y me vuelves a besar y me quedo pensando que, a final de cuentas, todo siempre se trató de esto.

(Visited 1 times, 1 visits today)

Leave A Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *