Como Juego de Niños

A pesar de los años nunca olvidamos las primeras veces, aquellos momentos que significaron algo para nuestras vidas y que nos abrieron puertas a sensaciones nuevas o a momentos que representarían un punto crucial.

Uno de esos pequeños momentos era el de abrazarse las manos, no es de sorprendernos que en escritos muy distintos encontremos referencias a este acto, que son una remanencia de nuestra niñez, cuando el sexo opuesto era una especie de plaga y nuestros sentimientos de pertenencia a un grupo eran más infantiles y absurdos. En esa edad donde hablar con una niña ya la convertía ante los ojos de los demás en tu novia y esas conductas no se podían tomar a la ligera porque uno todavía no entendía lo que eso significa pero sabía que eran cosas de niños grandes y por lo tanto nos estaban prohibidas y era como si estuviéramos violando alguna ley suprema de manera pública. Pero a pesar de eso siempre había lugar a actos subversivos y secretos que nos producían placer. Uno de ellos era agarrar la mano de una niña y que ella agarrara la nuestra. El contacto ajeno que no fuera brusco como en los juegos, sino una caricia cálida.

Ese acto es el que más ha quedado grabado en mi menoría y de los que más aprecio cuando sucede. Es tan simple, tan inocente pero me transporta a una época más inocente donde las cosas no tenían significado y todo era un juego en el que esperábamos no ser atrapados. Es algo que anhelamos que suceda y cuando lo logramos sonreímos levemente.

Estar entre sus manos era algo magnífico, un acto inocente pero tan lleno de deseos. Todo empezó en un bar, yo estaba con unos amigos y ella llegó con otros amigos, creo que en la mesa había un eslabón en común que unía a ambos grupos. Se sentó a mi lado.

El resto de la noche transcurrió como cualquier otra noche, bebíamos y platicábamos, hasta que sentí un roce en mi mano, pensé que había sido accidental así que no le hice mucho caso. Al poco tiempo volvió a suceder algo similar, una vez más un roce pero en esta ocasión no fue algo momentáneo sino que su mano se quedó al lado de la mía, para que luego su dedo meñique aprensara al mío. Pensaba que había sido un error, no la conocía y no había razón para que estuviera agarrando mi mano, y ni si quiera me volteaba a ver, simplemente lo hacía como si fuera algo de lo más común del mundo.

El tiempo transcurría más y más y nuestras manos perdían cada vez más su identidad. Pasamos la noche con las manos agarradas debajo de la mesa mientras todos los demás platicaban, nadie sabía lo que sucedía, era como cuando éramos niños; un pequeño juego trasgresor. Pasamos la noche platicando, bebiendo y sobre todo abrazados de la mano.

Recuerdo que ella se tenía que ir, que yo quería que se quedará, que una voz me dijo que me darían su número de teléfono mientras ella soltaba mi mano. No la he vuelto a ver, sólo sé que en unas semanas se marcha a París y no sé cuándo volverá.

Siento algo faltante en mi mano.

A. J. T. Fraginals

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