*Para los Aldos y las Fernandas.
Me causan sospecha quienes atacan al amor cuando se presenta en formas incómodas.
Y con formas incómodas quiero decir todas. Se moriría de vergüenza el corazón si al amar no incomodara al menos a una persona.
Se incomoda al soltero, al que añora los tiempos pasados de grandes amores.
Se incomoda a la suegra que no quiere ver a su hija salir a romperse el pecho en el desamor.
Se incomoda a quien mira al amor de su vida en los brazos de otro y más cuando sabe y le consta que, por los pequeños caprichos del universo, se le escapó.
Se incomoda a los transeúntes que venían ensimismados y ahora caminan reflexionando sobre el milagro amoroso; ese que presenciaron en la parejita sentada en el anden bulloso del metro o en la esquina del cruce de la imponente ciudad.
Se incomoda a los homofóbicos, a quienes no les da su cultura para ver a dos batos tragándose uno a otro, a dos mujeres reconociéndose una a la otra en sus ojos, a dos seres humanos llevándose de la mano hacia el sol.
Se incomoda a quienes creen que la edad es un bastón para darnos de golpes en la cabeza, un cilicio para caminar cojos y descogidos hasta nuestro final.
¡Oh, pero cómo me zurran más estos últimos! Que reivindicarían al amor en todas sus formas siempre y cuando cumpla con sus normas idiotas de diferencia de edades.
¡Pobres veinteañeras si se enamoran de un cincuentón! ¡Pobres muchachos si encuentran al amor en la mamá de su cuate! ¡Pobres todos los que llegaron muy temprano o muy tarde!
¿Estarán obligados a renegar del amor por haberlo encontrado fuera de las normas sociales?
¿Se pondrán la camisa de once varas del puritanismo que la sociedad les quiere imponer?
¿Los defenderán los actores de los demás amores incómodos o los atacarán con la misma vehemencia?
¡Qué valientes los Aldos y las Fernandas que reivindican con su lucha al amor!
¡Qué valientes cuando salen y dicen que no tienen pudor, que hubieran hecho lo mismo si las edades fueran iguales o inversas!
¡Justos quienes aceptan que los apetitos del corazón trasciendan a tantas banalidades, que el espíritu sea un ser excéntrico por naturaleza!
Y aquí, en donde jamás seremos dignos de tanta justicia, al menos puedo saber que prefiero incomodar a los ejércitos —¡las hordas!— que cerrar los ojos y caminar respirando en vano; pues me hubiera enamorado de ti de la misma manera si en lugar de tus jeans rotos y tu blusa coqueta, hubieras tenido un respirador y 158 años.