Escribiendo en un café

Dicen que para escribir no se necesita mucho: una libreta, un lápiz y una idea. Pero siempre omiten lo más importante: un poco de suerte. Para escribir también necesitamos suerte y algunos tienen mucha, otros poca y algunos nunca la llegan a conocer. La suerte es la más puta de todas las musas. Cobra caro y no rinde mucho, pero cuando hace su trabajo bien todo vale la pena. Pero es muy caprichosa o muy torpe porque ni ella sabe cómo van a ser las cosas. Además, nunca sabes si está contigo, con tu amigo, o vagando por las calles en busca de un nuevo amante.
Hay quien dice que la suerte no existe, que tienes que tener talento o no, que sabes decir las coas o no. Pero no conocen los casos donde se tiene talento pero no se dice nada o cuando se dice pero de la peor manera posible y nadie es capaz de pasar de las primeras líneas. Esto es culpa de la suerte, también lo es que algunos no tengan talento, ni tengan nada que decir, o que ya se haya dicho repetidas veces, y aún así logran escribir, por suerte. Por decir algo en el momento exacto para que alguien lo escuche y diga: sí, tiene toda la razón. Y con un poco más de suerte siguiera escribiendo, sin talento, sin nada novedoso que decir.
La suerte también ha sepultado muchos sueños. Cuántos escritores con talento han dejado de soñar porque les decían que era algo bueno que no valía la pena, que nadie pagaría por leer eso y mucho menos por publicarlo. Cuántos sí sabían lo que decían pero su estilo simplemente no lo publicaban, su talento no era el talento de la época, que no valía la pena, que su libro era inmoral, que debía dejar de escribir. En vida la suerte nunca fue su puta, su turno llegó cuando los gusanos ya eran sus únicos amigos. Otros tuvieron talento y sabían qué decir y lo decían muy bien, pero la suerte fue la peor puta que les pudo haber tocado. Murieron jóvenes, antes de entender y apreciar todo lo que habían creado. Ellos murieron y no encargaron esa tarea, entenderlos.
Escribir no es tan difícil como parece pero al mismo tiempo no es nada fácil. A veces sólo basta con encontrar un café tranquilo y empezar a garabatear en frente de un capuchino para escribir. A veces consumes tantas tazas que te duele la cabeza, te cuesta hilar un solo pensamiento y todavía no te atreves a abrir la libreta ni sacarle punta al lápiz. A veces hay victoria y a veces hay fracaso. Las más de las veces hay victoria a medias. Sí logras escribir algo pero no es algo que te termine convenciendo y lo más probable es que termine olvidado en un cajón o hecho bola en el cesto de la basura.
A veces uno puede despertar de un sueño y escribir durante el resto de la noche y con eso basta. A veces semanas de planeación, desarrollando cada tema, inventando y creando personajes, recordando lugares, anécdotas y viejas historias no sirve de nada. Podemos tener la historia perfecta y soñar que en el peor de los casos seamos como Dostoyevsky según Hemingway, escribir mal, realmente mal, pero aun así hacer sentir con nuestras historias. Pero resulta que no es así, que la suerte no te ha acompañado y que además de escribir increíblemente mal nadie es capaz de entender ni una sola idea de lo que quieres decir y mucho menos sentirlo. Para Hemingway, Dostoyevsky sabía qué decir, no tenía talento, pero tenía una genial suerte, que se podía sentir lo que dijo, aunque fuera imposible de leer.
Escribir no es tan fácil como nos hacen creer, no basta con sentarse, agarrar una pluma y decir lo primero que se nos ocurra, pensamos que no hay problema, que después lo que no sirva lo tachamos y lo otro lo pulimos. Y cuando tratan de reconfortarnos diciéndonos que no se necesita mucho para escribir, sólo talento y una idea, sin importar qué tanto de esto tengamos, nos ocultan lo más importante: la puta suerte.
La puta suerte no deja de mirar su reloj y de consumir su cigarro entre los labios, al que todavía no le ha dado ni una calada. Yo trato de escribir más rápido. Mientras más me apuro mi letra se vuelve menos legible. Espero que luego pueda entender qué escribí, pienso. Sigo escribiendo y se impacienta. agarra entre sus dedos el cigarro y lo sumerge en mi capuchino a medio acabar. Se levanto y se fue con su andar desinteresado, impaciente, como si ella fuera la dueña de todo el lugar y todo lo que alguna vez amaste, amas y amarás. Antes de atravesar la puerta me dijo, sin voltear a verme: Amor, no sé cuándo nos vayamos a volver a ver, pero disfruta tu café.
A. J. T. Fraginals

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