Cheliábinsk siempre me ha parecido una ciudad aburrida. Si no fuera por su clima continental, no cambiaría nada en todo el año. Ubicada al sur de Rusia, es un importante nudo donde se cruzan ferrocarriles y carreteras. Ésta pequeña ciudad se encuentra al este de los Montes Urales y sobre el Río Miass, razón por la cual tenemos algunos lagos cerca. Uno camina por sus calles y observa a la misma gente en el mismo lugar a la misma hora, como si no tuvieran un propósito de vida.
Yo vivía sumergido en la rutina y el absurdo. Todos los días me levantaba temprano para ir al colegio. Era un largo camino y debía recorrerlo caminando, pero me agradaba porque así no tenía que convivir con individuo alguno. En la puerta del Colegio siempre estaba Mijail esperándome, porque él tampoco tenía amigos. Cuando lo veía, me ponía la sonrisa falsa que uso con la mayoría de la gente y le daba la mano. Mijail siempre me abrazaba; el sujeto en serio me quería. Tal vez fuera homosexual.
Mijail y yo caminábamos por los pasillos del Colegio sólo hablando entre nosotros, como si el resto de los estudiantes no existieran. (Y desearía que así fuera.) Si era lunes, hablábamos de cómo le había ido al Spartak de Moscú el fin de semana. El resto de los días él me hablaba de lo que había visto en televisión el día anterior y yo le hacía creer que lo escuchaba. Llegando al salón de clases tomábamos nuestros lugares, apartados totalmente. Esto lo había decidido yo, tener a Mijail conmigo tanto tiempo tendría como consecuencia que lo acabara odiando.
El profesor entraba al salón y pasaba la lista de asistencia. A continuación nos enseñaba las cosas que deben ser enseñadas, como matemáticas, ciencias naturales y geografía. A veces también nos hablaba de mujeres y todos mis compañeros ponían mucha atención en los consejos que nos daba. Ya que el Colegio era sólo para varones nadie había convivido con una mujer, a menos que fuera su hermana o su madre.
Al terminar las clases Mijail me acompañaba a mi casa. En el camino nos parábamos a comprar un poco de shawarma y él me contaba chistes mientras nos la comíamos. A mí nunca me hacían gracia sus chistes pero me gustaba la sonrisa de Mijail cuando le regalaba mi risa falsa. Llegando a mi casa nos despedíamos y quedábamos de vernos el día siguiente en la entrada del Colegio, a menos que el día siguiente fuera sábado. De cualquier manera, cuando nos dábamos la mano Mijail me abrazaba y yo sentía el calor de su cuerpo con una indiferencia enorme. Al principio no le respondía el abrazo pero me terminé acostumbrando a hacerlo.
En casa pasaba todo el día leyendo. Esto era complicado ya que a mí no me gustaba leer en ruso pero los libros en inglés que vendían no valían la pena de ser leídos. Por ésta razón a veces leía un libro una y otra y otra vez, hasta que llegara a mis manos algo en inglés que valiera la pena leer.
Al llegar la noche me ponía el pijama y cenaba solo. Estar con mis padres no me gustaba, sobre todo por las cosas de las que hablaban. Eran gente que nunca había salido de Cheliábinsk y que no planeaba hacerlo. Mi padre hablaba todo el día del trabajo y mi madre lo hacía de la Iglesia. Yo me sentaba en silencio y aparentaba que los escuchaba, asintiendo de vez en cuando.
A mí me tocaba lavar los platos sucios y lo hacía con mucho gusto. Era agradable la sensación de sentir el agua caer en mis manos y tampoco me desagradaba mucho tallar con la esponja los platos. Algunos requerían un poco más de esfuerzo pero otros cedían a la limpieza con una sola tallada. Esto me tomaba un aproximado de treinta minutos, y cuando terminaba mi empresa iba directo a mi cama y dormía hasta que amaneciera. A menos que fuera fin de semana.
Los días lunes, martes, miércoles y jueves eran básicamente iguales, a excepción de la plática que mantenía con Mijail en los pasillos del Colegio, asunto que describí anteriormente. Los viernes eran lo mismo en cuanto a mi rutina en el Colegio, con la diferencia de que a la hora de la salida Mijail y yo nos encaminábamos al lago Chebarkul.
Dicho lago es hermoso. Su superficie cubre aproximadamente 169 kilómetros cuadrados, rodeados de árboles del verde más sublime que estos ojos rusos han visto. De noviembre a mayo el lago se encuentra usualmente congelado, pero el resto de los meses el hielo está completamente derretido. Si Mijail y yo íbamos cuando el lago estaba congelado, nos limitábamos a caminar entre los árboles y admirar la imagen que crean el lago, los árboles y el cielo totalmente despejado. En cambio, si íbamos cuando el hielo se encontraba derretido, podíamos tomar un paseo en unos botes que rentaba el señor Ilich o jugar a pasarnos alguna pelota que llevara Mijail. Yo odiaba ir cuando el lago se encontraba derretido porque iba demasiada gente. Pero aún así lo hacía.
Los sábados me levantaba muy tarde, ya casi a la hora de la comida. Al despertar, tomaba un baño y comía lo que fuera. Cuando estaba listo, me dirigía a la estación del Ferrocarril Transiberiano.
Al llegar, me sentaba en una banca y disfrutaba viendo a la gente bajar y subir de los ferrocarriles que llegaban. A veces veía americanos burgueses que venían de viaje a mi país. Otras veces veía familias o mujeres solitarias empujando una carriola. Lo más sorprendente era ver a alguien que trajera un perro o cualquier otra cosa que no me diera tedio.
Los domingos eran los peores días de la semana. No me daba tiempo de leer mis libros y pasaba con mis padres todo el día. Solían llevarme a ver alguna estúpida película de Hollywood o a comer a algún restaurante burgués donde veía a mis compañeros de clase y mis padres me obligaban a saludarlos, a ellos y a su familia entera. Al atardecer llegábamos a casa y mi madre me hacía leerle un pasaje de la Biblia, porque le encantaba escucharme. (Y más si me escuchaba recitar un texto bíblico.)
Mi nombre es León y, como ya lo dije, vivía en Cheliábinsk, una ciudad que siempre me pareció aburrida. No tenía nada que ofrecerme y odiaba el absurdo en el que la rutina me sumergía a diario. Ni los libros ni las visitas al lago me salvaban del aburrimiento. Mijail cada día era más insoportable y me abrazaba con mayor fuerza cuando se despedía. Estuve a punto de caer en la locura… Hasta que conocí a Iryna.
* * * * *
Un sábado me desperté en la mañana y no pude volver a dormir. Esto me sorprendió mucho, ya que no me había pasado en años. Entré en pánico, no sabía qué hacer. Podía leer pero no solía hacerlo a esa hora. Tampoco podía desayunar porque los sábados no lo hacía. Tomé un baño muy largo pero cuando apagué la regadera todavía era muy temprano. Decidí salir a la estación del Ferrocarril de una vez y continuar con mi rutina como si fuera un sábado cualquiera.
Llegando a la estación vi que la banca en la que siempre me sentaba estaba ocupada por dos señores obesos. La estación se encontraba desierta excepto por esos dos señores y un par de trabajadores de la estación. Decidí sentarme en una banca cualquiera. Ya daba lo mismo.
Estuve dos horas sentado y viendo a gente subir y bajar del ferrocarril. El movimiento a ésta hora era mucho menor al movimiento que se podía observar durante la tarde, pero no por eso era menos interesante. Vi un par de familias conformadas por más de siete hijos y a un señor que empujaba un carro de supermercado lleno de revistas del corazón. Pensé que, al parecer, mi sábado comenzaba a ser un sábado normal. Estaba muy equivocado.
Miraba a una niña que acababa de salir del ferrocarril que apenas se detuvo. La pequeña estaba disfrazada de alguna princesa y perseguía una bolsa de plástico que era arrastrada por el viento. Me preguntaba si la niña estaba conciente de su existencia y de la poca importancia que tenía la misma, al igual que la de todos los demás. Tal vez la niña pensaba que era el centro del universo, pero en algún punto de su vida se daría cuenta de que la vida no vale la pena de ser vivida. Entendería que sólo somos entes transportadores de genes que viven para utilizar dichos genes en la elaboración de nuevos individuos, cuyo destino sería el mismo que el nuestro. Tal vez sea capaz de entender que amar no sirve de nada, sino que es tan sólo un fenómeno de selección natural. Y que cuando nos hemos reproducido (o no) y llegamos a la edad en la que ya no podemos hacerlo, sólo nos queda consumir y consumir y consumir, o exiliarnos, o suicidarnos. Tal vez comprenderá que la cultura global es sólo un intento por dar un sentido a la vida; que es un fenómeno que el hombre inventó cuando estaba aburrido. Que el amor es sólo un invento del capitalismo y la fraternidad lo es del socialismo. Se dará cuenta de que aquí no venimos para ser hippies ni idealistas. O tal vez se acostumbre al vacío y tenga una vida feliz y estúpida.
Fue mientras pensaba todo esto que una mujer de mi edad me tocó el hombro. Al voltear a verla resbalé de la banca y terminé en el piso. Me ayudó a incorporarme y sentí su cálida mano posarse sobre la mía. Al mirarla a los ojos entendí que si no desviaba la mirada iba a perderme en ellos. Eran de un verde muy claro y contrastaban con su pelo negro y largo. Una piel muy pálida cubría su cuerpo y unas pequeñas pecas adornaban parte de su rostro y lo que mostraba de pecho.
Sentí que el tiempo se detuvo y que podía fijarme en cada detalle de su cuerpo. Me dejé admirar por la silueta que dibujaba su figura y sus manos que no podía creer habían tocado las mías. Tenía las uñas de los dedos pintadas color vino; color que a partir de ese día sería mi favorito.
– ¿Estás bien?
Su pregunta me trajo de vuelta al mundo. Vi que sonreía tras hacerla, por lo que pude responderle sin problema:
– Sí, claro. Gracias por ayudar a levantarme del piso. Lo siento, pero me sacaste un buen susto.
– Juro que no fue mi intención –me dijo regalándome el movimiento de esos sublimes labios-, pero estabas sentado en la banca en la que yo siempre me siento.
Esto era una casualidad demasiado enorme como para poder reaccionar apropiadamente. Creo que me quedé sumergido en sus ojos tras esas palabras que continuaban rebotando dentro de mi cabeza. Nunca había conocido a alguien que hiciera lo que yo hago.
Ella era muy linda, se dio cuenta de que me encontraba en un apuro y siguió hablando:
– Pero si quieres podemos compartirla, yo no tengo problema. Mi nombre es Iryna.
Extendió su mano realizando el típico gesto que debe llevarse a cabo cuando dos personas se presentan. A mí me pareció ridículo, yo podría haberla besado en ese momento.
– Me llamó León –dije, respondiendo el gesto-. No me importa compartir la banca, pero prométeme que vas a seguir sonriendo como lo has estado haciendo.
Sentí que vivimos dos eternidades juntos mientras estuvimos ahí sentados. Vimos subir y bajar a mucha gente de los ferrocarriles que llegaban y se iban, y mantuvimos una conversación única. Si no compartíamos nuestros puntos de vista sobre la gente aburrida en que nos fijábamos, ella me hablaba de su vida, de lo que le gustaba, de lo que pensaba. No tardé mucho en tomarla de la mano y para la hora de la comida ya estábamos abrazados. En toda mi vida no había dejado de pensar en lo banal que era todo, pero Iryna me ayudaba a encontrar belleza hasta en el reloj que nos daba la hora.
Llegó el atardecer y cada quien tuvo que partir hacia su casa. Antes de hacerlo, quedamos en vernos al día siguiente. Cuando se despidió quiso darme un beso en la mejilla pero yo rápidamente pegué mis labios contra los suyos. Era la primera vez que besaba a una mujer, y hubiera sido perfecta si no me hubiera mordido el labio inferior en cierto punto del beso. Igual creo que tendría que irme acostumbrando. Al apartarnos me dio el beso en la mejilla que quería darme desde el principio, y se fue dejándome ahí parado con el cielo en una mano.
* * * * *
Pasaron las semanas mientras yo me enamoraba más y más de Iryna. Conocí a sus padres y ella a los míos. Nos gustaba caminar juntos sobre la nieve que ya llevaba un par de meses cayendo sobre Cheliábinsk. A ella no le gustaba leer pero le gustaba mucho la música, por lo que nos dedicábamos a compartir nuestros gustos el uno con el otro. Cada vez nos besábamos más seguido y durante más tiempo. Hasta aprendí a mover la lengua dentro de su boca y a morder su labio inferior de vez en cuando.
Aprendí demasiadas cosas de Iryna. Me enseñó que no todo en la vida es absurdo, en especial el amor. Con las miradas que me compartía y la sensación de su mano sobre la mía me hizo darme cuenta de que no todo se reduce a un mero plano existencial: tal vez venimos al mundo para amar a otra persona sin necesidad de que esto cumpla un objetivo en específico. Es probable el amor sea un estado de miseria mental o un invento capitalista, pero nosotros lo sentíamos cada vez que nos abrazábamos y ahí estaba. Ahora vivía para aprender a amar a Iryna e idealizar su imagen día a día. Me hizo entender que la belleza no sólo se encuentra en unos versos o en una pintura; también puede ser encontrada en la sonrisa de un niño o en las formas que las nubes dibujan en el cielo. Con Iryna dejé todas mis rutinas atrás y comencé a sentir que mi libertad no me limitaba tanto como pensaba.
Lo más obvio era que dejar la rutina atrás también significara dejar atrás mi amistad con Mijail, pero eso no pasó. Al contrario, Mijail cada vez quería pasar más tiempo conmigo. Seguía esperándome todas las mañanas en la entrada del Colegio, pero ya no hablábamos del Spartak del Moscú o de su vida. Todos los días Mijail me reprochaba que pasaba mucho tiempo con Iryna y decía que eso no me traería nada bueno. Cada vez me abrazaba con más fuerza y en el salón de clases podía sentir su mirada sobre mí todo el tiempo.
Todas las tardes de lunes a jueves las pasaba con Iryna, ya fuera en su casa o en la mía. Esto ponía muy molesto a Mijail, pero el hecho de que aún fuera con él al lago Chebarkul lo tranquilizaba. Los sábados Iryna me acompañaba a la estación de Ferrocarril y los domingos los seguía pasando con mis padres, pero aprendí a disfrutarlos. Excepto leerle la Biblia a mi madre, eso siempre lo seguiré considerando ridículo.
Una tarde fui a casa de Iryna y no se encontraba ninguno de sus padres. Tras leer un par de poemas, ella puso un disco de Pink Floyd en el reproductor que tenía en su habitación. Comenzamos a besarnos como siempre lo hacíamos, pero noté que Iryna se encontraba un poco más animada que otros días. Tras un largo beso ella despegó sus labios de los míos y comenzó a besarme el cuello. Todo esto era nuevo para mí, así que sólo me quedé quieto mientras ella hacía lo que fuera que estaba haciendo. Tras un par de minutos tomó mi mano y la puso sobre uno de sus pechos, indicándome con un gesto el movimiento que debía hacer sobre el mismo. Su respiración comenzaba a acelerarse y cada vez me besaba más torpemente. Empezó a desabrocharme la camisa pero yo seguía sin reaccionar, no tenía idea de qué estaba pasando. Al quitarme la camisa ella también se quitó su blusa y el corpiño, mostrándome sus desnudos pechos. Me tomó de las manos y me llevó a la cama, empujándome sobre la misma. Se lanzó sobre mí y yo imaginé que quería que volviera a hacer el mismo movimiento de hace un momento sobre sus pechos, así que lo hice. Ella comenzó a hacer unos sonidos desagradables y estuve a punto de detenerme y decirle que todo esto era absurdo y aburrido, cuando me tomó una de las manos y la metió en su pantalón. Me susurró al oído lo que quería que hiciera, y al parecer lo hice muy bien. Al final estuvimos abrazados, y por primera vez me dijo “te amo”.
* * * * *
Estuve desconcertado un par de días. Lo que pasó con Iryna había sido algo confuso y me había mantenido pensando que tal vez ella no era tan parecida a mí como pensaba, pero ella me amaba y yo la amaba a ella. El problema persistió porque los dos días siguientes tampoco estuvieron sus padres en casa y me pidió repetir la acción. Ella parecía muy feliz y yo accedía a estos sinsentidos por ella, aunque tuviera que ponerme mi sonrisa falsa y hacer lo que ella quería.
Mi frustración llegó a tal grado que le conté todo a Mijail un viernes en nuestra visita al lago Chebarkul. Nos encontrábamos admirando el manto congelado que se encontraba frente a nosotros cuando le relaté todo lo sucedido y cómo me sentía al respecto. Mijail nunca me miró a los ojos mientras yo hablaba, y eso me resultó extraño pero igual llegué hasta el final de mi narración. Cuando le pregunté cuál era su opinión, volteó a verme y me di cuenta de que estaba llorando.
Me tomó por sorpresa. Me pidió que por favor no volviera a hablarle de Iryna ni de ninguna otra mujer. Me confesó algo que yo ya sospechaba: era homosexual, pero lo que nunca esperé es que estuviera enamorado de mí. Resultaba que desde que nos conocimos él había visto en mis ojos lo que yo veía en los de Iryna, y saber que yo la besaba y pasaba tanto tiempo con ella lo estaba lastimando. Nunca me confesó su amor porque sabía que a mí me gustaban las mujeres; yo le dije que eso era falso, yo ni había pensado en alguien más hasta que conocí a Iryna. Le pedí que dejara de llorar y yo me comprometía a no volver a hablar de ella, él era mi único amigo y a final de cuentas era una de las únicas personas que no me aburrían. Me dijo que estaba bien, que en algún punto aprendería a vivir con las cosas que estaban pasando.
* * * * *
Recuerdo bien la fecha, fue el viernes 15 de febrero. Las clases terminaron en el Colegio y yo me encontré con Mijail en la puerta del mismo. El plan era el de siempre: ir al lago Chebarkul y admirar el paisaje helado por un rato. Cuando vencimos la pereza y nos encaminamos, Mijail me dijo que esperara y señaló con su dedo una silueta para en la banqueta del otro lado de la calle.
– Es Iryna –me dijo balbuceando.
– Lo siento, espera aquí. Iré a ver qué ocurre.
Caminé entre los niños que se encontraban con los padres que los esperaban a la hora de la salida y llegué hasta donde estaba Iryna. Al verme, se lanzo en mis brazos y me besó como tal vez nunca lo haya hecho antes. Me susurró un par de palabras al oído y comprendí que ese día no podría ir al lago con Mijail.
Regresé a donde se encontraba mi amigo y le comuniqué que no podría acompañarlo éste día, que lo sentía mucho. Era una situación rara, llevaba meses yendo al lago con Mijail todos los viernes, pero Iryna no permitiría que me fuera con él. Mijail no lo comprendió, se le llenaron de lágrimas los ojos y me dijo que lo estaba lastimando. Él nunca había amado tanto a alguien en toda su vida, y la frustración lo dañaba día a día pero había aprendido a soportarla. Pero el hecho de que yo cambiara lo único de mí que le quedaba por ir con Iryna le rompía el corazón.
Comenzó a llorar y yo sólo me quedé parado, mirándolo. No sabía qué hacer, y todo esto me parecía tan ridículo. Nunca entenderé por qué la gente es tan aferrada a cosas tan banales y estúpidas como una visita al lago los viernes por la tarde.
Me dio pereza y lo dejé solo, con todos sus lamentos en una mano y sus ganas de echarme la culpa por sus desgracias en la otra. Llegué con Iryna, me volvió a besar, la tomé de la mano y dejé que me guiara a donde ella quisiera. Caminamos un buen rato, besándonos cada vez que nos deteníamos por algún semáforo. Siempre recordaré ese día y la manera en que mi silueta se reflejaba en su mirada, la sensación de su mano contraponiéndose a la mía, las risas que tanto nos acercaban.
Y era justamente eso. Cuando estaba con Iryna y sentía que me amaba podía jurar que el mundo se detenía. Nada se movía en el espacio que no fueran sus labios para posarse sobre los míos. Cada vez que me decía que me amaba sentía que rompíamos realidades y brincábamos de una a otra hasta encontrarnos en una en la que estuviéramos solos y pudiéramos fundirnos en la eternidad de nuestro amor sin temor a que ningún Mijail obstaculizara las cosas. Nunca estaré seguro, pero eso era básicamente lo que ella y yo llamábamos amarnos: romper las barreras del tiempo y el espacio para amarnos como nunca lo habían hecho dos seres antes. O al menos eso creíamos.
Finalmente llegamos a donde Iryna quería llevarme desde el principio. Era un hostal bonito en el centro de Cheliábinsk. Entramos e Iryna se arregló con la recepcionista, que nos dio las llaves para ir al que sería nuestro cuarto por el resto de la tarde. Subimos unas escaleras que crujían y eso me molestaba, pero al menos no me aburría como toda la situación en general. Yo hacía todo esto porque amaba a Iryna, pero aún así lo encontraba algo tedioso.
Entramos al cuarto e Iryna no perdió el tiempo; se quitó las ropas y me despojó de las mías. Estando desnudos nos besamos un rato junto a la ventana, y me pidió que le hiciera lo que siempre le hacía. Yo lo hice sin objetar, ya me había acostumbrado a todo el proceso. Cuando ella llegó al orgasmo me dijo que me amaba. Que se sentía lista. Que a sus quince años sabía que yo era la persona indicada para hacérselo. A mí me daba lo mismo, así que le dije que si ella quería podíamos hacerlo.
Tomó mi sexo entre sus manos y nos dirigimos a la cama. Ella se puso abajo y yo arriba; me imagino que será algo que le ha inculcado la religión. Nos besamos un rato y yo sólo pensaba en lo hermosa que era, en lo imperfecta que era su nariz pero acomodada justo sobre esa boca era lo más hermoso que había visto. Finalmente comenzamos a hacerlo y yo me dejé llevar por la situación. En realidad esto me gustaba, tener su cara tan cerca de la mía y escucharla respirar entre beso y beso. Tal vez el único problema eran los sonidos que hacía, pero da lo mismo.
Nos encontrábamos en el acto cuando se oyó un estruendo. Sucedió de la nada, y me emocionó porque fue muy inesperado. Una enorme luz cruzó el cielo, y al perderse de vista una onda de choque rompió los cristales del cuarto donde nos encontrábamos. A mí la situación me excitó y continúe mi acción sobre Iryna, pero al voltear para besarla vi que un pedazo de vidrio se le había incrustado en la cara, matándola al instante. Seguí con el sexo hasta terminar, la besé una última vez, me vestí y salí corriendo del hostal.
En la calle todo estaba destruido. La onda de choque había tronado todos los cristales de casas, autos, lo que fuera. La gente corría por la calle con vidrios incrustados en la cara o en donde tuvieran piel descubierta. Todo era un desastre, pero yo seguí mi camino. Sólo podía pensar en que Iryna estaba muerta, que su vida había sido tan efímera como lo será cualquier otra. Al menos murió teniendo sexo, y eso no lo pueden presumir todos.
Lo más probable era que me culparan por su muerte. No sabía qué hacer. Ir a la cárcel no consistía un problema en sí; el problema era saber que en la cárcel estaría destinado a dormir en la misma cama todos los días, a ver a la misma gente diario, a comer basura una y otra vez. La cárcel es la cumbre de la agonía de la rutina. Yo no iba a ir a la cárcel. Necesitaba ver a Mijail y contarle todo.
Me encaminé al lago Chebarkul. A lo largo de mi trayecto pude ver los estragos que había causado el fenómeno de la bola de luz en el cielo. Había edificios casi destruidos y la cantidad de gente que resultó herida era enorme. En algún punto pude escuchar en el radio que se trataba de un meteorito que había causado todos esos daños con su onda de choque al acercarse a nosotros… Para finalmente tocar tierra en algún lugar cercano al lago Chebarkul.
Corrí como nunca antes lo había hecho en mi vida. Corrí sin darme cuenta de que estaba corriendo porque me importaba Mijail. A pesar de todas las situaciones absurdas y ridículas que había experimentado con el sujeto, sentía algo parecido a lo que había sentido por Iryna por él. Y tal vez su muerte no me importara tanto, pero ahora que Iryna había muerto iba a necesitar de alguien que me hiciera sentir algo humano. Corrí y corrí y corrí y finalmente llegué al lago. En medio de ese manto congelado, había un enorme cráter. Obviamente era ahí donde había caído el meteorito, pero no veía a Mijail por ningún lado.
Me acerqué rápidamente al cráter, hasta que mis pies se posaron sobre el agua congelada. Sentía todo ese cuerpo congelado debajo de mí como si respirara, tal vez el impacto del meteorito seguía teniendo secuelas en ésta área. Caminé muy lentamente, por temor a tropezarme o a que el hielo se quebrara. No sabía por qué caminaba hacia el cráter, pero lo hacía. Mi atención se postraba en el despejado cielo que me cubría a mí y al mundo entero. El desplazamiento del meteorito había dejado un rastro con forma de nube a través de todo el cielo. Mientras más me acercaba al cráter, más me olvidaba de Iryna y de Mijail. Era como si la curiosidad por ver el cráter del meteorito hubiera absorbido todos mis pensamientos. Me acerqué con cuidado hasta llegar al borde.
Llegando aquí me decepcioné. No sabía qué esperar, pero de seguro no era un enorme charco con un par de burbujas en la superficie. Me quedé un rato mirándolo, sin saber qué hacer a continuación. En ese momento alguien tocó mi hombro.
Me di media vuelta para ver quién había sido. Era Mijail. Aún traía los rastros de las lágrimas en las mejillas y sollozaba un poco. Al vernos, nos quedamos viendo un largo rato.
Finalmente me abrazó y yo reí de verdad. Me contó lo feliz que se encontraba de verme y que sabía que al final terminaría yendo. Me preguntó cómo le había hecho para deshacerme de Iryna, y le conté toda la historia esperando que me comprendiera y me diera algún consejo.
Mijail se quedó pensativo mucho tiempo. Después de un par de minutos, y viéndome a los ojos, me dijo que no pensaba que Iryna se hubiera muerto por accidente. El creía que yo la había matado, que había caído tan bajo como para asesinar a una mujer a la que sólo había utilizado para tener algo de sexo. Me dijo que lo sorprendía, pero que finalmente me creía capaz. Que yo era tan desapegado del mundo que tal vez lo había hecho sin darme cuenta. Es una hipótesis que yo no descarto.
Comenzó a llorar mientras seguía con su discurso. No podía creer que, después de amarme en secreto durante tantos meses, la imagen que había tenido de mí haya sido destruida en unas cuantas semanas. Él me pensaba como una persona ideal e íntegra, y por eso me amaba, por no ser como los demás. Pero ese día le había demostrado que no importaba lo que pensaba o lo que decía, a la hora de los resultados no me diferenciaba mucho del resto del mundo. Él pensaba que todo lo había hecho por tener sexo por Iryna. Yo ya no sabía qué pensar, y de lo absurdo que resultaba todo me boté de risa.
Mi amigo comenzó a gritarme que me callara, y al no hacerlo me tomó por los brazos y me besó. El beso de Mijail me hizo viajar por todo el cosmos hasta aterrizar sobre un meteorito que me llevó a recorrer la galaxia entera. Sentía que mi alma se fundía con la de Mijail, pero entonces me acordé de Iryna y de que a la que amaba era a ella, así que me aparté.
– ¿Así que la sigues amando? –me preguntó.
– Nunca voy a dejar de amarla, Mijail. No es algo que se deje de hacer tan rápido.
– Pues, ¿por qué no ves si la alcanzas, León?
Y de un empujón, caí por el cráter del meteorito y acabé en el fondo del lago Chebarkul.
Rod… ya te había dejado un comentario donde expresaba lo que sentía por este cuento, pero creo que se ha perdido, nadando por el mundo cibernético quien sabe si algún día lo verás.
Así que tratare de imitar mis palabras a lo mencionado anteriormente.
Me ha encantado esta historia, de todos tus escritos he de catalogar este como mi preferido… me has dejado pensando, con ese sabor de boca que tanto disfruto.
Si bien aunque un poco largo ha valido la pena llegar hasta el punto final.
Eres un verdadero escritor Rodrigo y tienes mucho talento, espero poder seguirte leyendo y disfrutando.
Que pases un excelente día.
-Diane Silva
Muchas gracias =) Me haces sonrojar, en realidad no sé qué decir.
Fue un poco más largo para variar un poco =) Muchas gracias por seguir leyendo.
Me dije antes de dormir «buscaré algún nuevo blog para leer», la verdad es que no estaba muy entusiasta de encontrar algo hasta que llegué aquí y siendo las cuatro de la mañana (por lo menos aquí) acabo de terminar de leer León. Empecé a leerlo y me encanto desde el primer párrafo, tanto que estaba convencida que al final iba a encontrar algo así como «este texto es del escritor tanto, aquí les dejo un capítulo» y bla bla bla, pero resulta que no, es tuyo. Por lo que debo decir que eres un excelente escritor, si escritor. Muchas gracias por compartir tus relatos y por hacer que mis horas de sueños se redujeran a cuatro 😀
Pd: El 15 de febrero es mi cumpleaños, lo que hace tu historia aun más especial 🙂
Las casualidades son lindas porque parece que siempre nos dejan un mensaje. Gracias a ti por encontrar éste blog de alguna manera y por el comentario al que no sé qué responder, no tengo palabras =)
Por cierto, lo siento por tus horas de sueño, pero espero sigas leyendo y perdiendo un poco más de horas por aquí de vez en cuando 😉
Hasta hoy lo terminé de leer. Grande Roy (: