Memoria

No recuerdo nada, no sé qué pasó. Despierto y estoy en mi cama medio desnudo. El otro lado está intacto, dormí solo. Por decirlo de alguna manera. Hay un aroma que no reconozco impregnado en mí. Es toronja, naranja roja y peonía. Es un perfume extrañamente familiar. Pero la imagen todavía es muy borrosa.

            Era una mujer. Ni idea de cuál de todas. La bruma etílica todavía no se dispersa. Estoy seguro que era el aroma de una mujer, no hay otra manera de describirlo, ningún lugar que he conocido ha olido tan bien. ¿Cómo era? ¿Cómo se llamaba? ¿Dónde la conocí? No lo sé. No lo sé. No lo pinches sé. Estaba en la casa de Julián celebrando a su hermano, Armando. Creo que después decidimos recorrer los bares de las calles de alrededor. Sí, eso fue. Salimos de bar en bar, recorriendo los mejores tragos para que Armando lamentara en la madrugada siguiente el habernos confesado que en dos semanas se iba a ir de viaje durante tres meses a Panamá. No tomé en el recorrido, ninguno lo hizo. La idea era embriagar a Armando. Eso sí lo recuerdo.

            En el último bar, o fue en el penúltimo, o la noche continuó más allá de lo que puedo recordar. Sí, ahí fue, lo recuerdo. Ella se acercó preocupada por Armando, que ya se había trastabillado con los escalones de la entrada. Le conté toda la idea como si fuéramos amigos, mínimo, desde la preparatoria. Me preguntó si la podía acompañar a que fumara, asentí con la cabeza y sin ver las muecas de Armando con el misterioso shot la seguí. Afuera sacó una cajetilla de Lucky Strike y al poner el cigarro entre sus labios y acercar el encendedor a su cara …

            No.

            No recuerdo sus labios, ni su rostro, ni el color de su pelo, no su altura, ni su complexión, ni como iba vestida. Me cubrí la cara con las sábanas y todo lo que pude aspirar fue el aroma de un recuerdo probablemente perdido. No sé cómo era ella pero desde que desperté no puedo dejar de intentar recordar. ¿Era morena? ¿Castaña? ¿Brillante carbón? ¿Tenía ojos verdes? ¿Azules? ¿Café? ¿Rubia? ¿Hablaba con acento? ¿Estaba de visita? ¿Vivía aquí? ¿Era de la costa? ¿Le daba miedo el mar? Tantas posibilidades, tantas combinaciones y a una de ellas le pertenecía ese aroma tan particular. Mí boca estaba seca. Por ese sabor sin sabor que tenía encima supe que había fumado con ella. Si no fuera porque ya sabía que no tenía ni una botella de agua en el departamento hubiera ido a la cocina y bebido todo lo que pudiera. Pero eso no era una opción, así que decidí matar dos pájaros de un tiro, o tal vez más, y decidí irme a duchar, no sin antes meterme una aspirina a la boca. Ya en la regadera pude calamar mi sed, relajarme y limpiarme de los estragos de la noche anterior. Debajo del chorro de agua caliente me di cuenta que tal vez acababa de cometer un pequeño error, entre los estragos de la noche anterior estaba ella. Ella que podía se todas y que no olía como ninguna. Eso es, si no la puedo recordar la voy a tener que reconstruir, que repensar, que inventar todas las veces que la quiera recordar y sabré que es ella con sólo olerla.

            De lo que no se sabe, de lo que no se recuerda, se puede inventar, se puede decir, y sobre todo se puede escribir lo que sea. Así es como me llegué a saber un lúdico Demiurgo, dependiendo de lo que necesitaba, de cómo me sintiera es como la imaginaría. Podía ser morena, con pelo castaño, chaparra, delgada, con los hermosos hoyuelos de la gente risueña. O por el contario, podía ser pelirroja, con la tez clara, llena de pecas y los ojos azules. Con una sonrisa pequeña y discreta que no sabes si es irónica o de verdad. O rubia con ojos verdes. Podía tener a la mujer que quisiera en mis recuerdos.

            Salí de la ducha y la realidad me golpeó de nuevo. Me duele la cabeza, tengo ese molesto sabor del cigarro después de una recaída desenfrenada luego de un tiempo de abstinencia. No sé qué hora es. Tengo que recoger mi ropa y mis cosas que aventé por toda la habitación antes de meterme a la cama. Me senté en el escusado durante un rato, pudo ser corto o largo, lo verdad no pude darme cuenta, hasta que la aspirina y la ducha parecieron surtir efecto y me sentí mejor. No humanamente decente pero, al menos, ahora podía realizar una vida como si fuera un zombie.

            Al regresar a mi cuarto la luz entraba por la ventana que había olvidado cerrar la noche anterior, si es que a las probables horas que llegué se le puede seguir llamando es esa manera. Luego el aroma. Era absurdo, el aroma no había estado en mi cuerpo sino en toda la habitación. ¿Qué podía significar eso? ¿La había invitado a mi departamento? ¿Dónde había dormido? ¿Dónde estaba ahora? ¿Cómo se llamaba?

            ¡Cómo se llamaba! ¿Ana? ¿Mariana? ¿Adriana? ¿Priscila? ¿Daniela? ¿Cecilia? ¿Adela? ¿Anastasia?

            Traté de recordar. Imposible. No podía recordar nada. Si había estado aquí no lo parecía a excepción de su olor. ¿Había dormido aquí? Si lo había hecho no quedaba nada de ella, ni su silueta en el otro lado de la cama, ni su peso sobre mi almohada, ni una prenda olvidada. ¿Me había besado? Difícil de saber, no sé sus labios, ni su sabor, ni su sentir sobre mi piel. Si había pasado la noche en mi cuarto ya no quedaba nada en mí para que pudiera ubicarla ahí. Todo se había borrado con el agua. Pero su olor persistía al viento, al agua y a mi necesidad de destruirla, de sacarla de mi mente. Ahí estaba, como una cicatriz, como una tinta tatuada en mí piel, en mi nariz. Algo que parecía que por más que pasaran los años no iba a poder olvidar. Ella estaba ahí aunque fuera sólo su presencia o lo que yo pensaba que era el recuerdo de su presencia. Me miraba desde todos los lados del cuarto y yo sólo me podía cubrir con una toalla. Estaba indefenso ante ella, ante su memoria. Ante su recuerdo que me atormentaba, porque yo me moría por saber más de ella, de sus labios, saber más del seguro sabor sin sabor que el cigarro dejaba en sus boca y que era resultado de lo sentía en mi paladar esa mañana.

            Pero seguía sin saber nada de ella. A lo mucho, después de tanto esfuerzo sólo recordé que ella me dijo que no leía. Bueno sí leía, muy de vez en cuando, y claramente era muy difícil que fuéramos a coincidir en algún libro. Por más aberración que esto me causara, por más difícil que me fuera pensar que alguien no encontrara placer en leer, yo sabía que no había algo de malo con ella, que no podía permitirme odiarla. Tal vez la quería. Tal vez la quería mucho más de lo que debía. Tal vez sólo la deseaba. Y tal vez el deseo es más fuerte que el cariño y el amor mismo.

            Recogiendo las cosas encontré una botella de mezcal vacía debajo de mis pantalones. Era cierto, ella tomaba mezcal y fumaba. Tal vez fuera de Oaxaca o sólo le gustaba ir ahí de vez cuando. O tal vez no había estado ahí nunca y era de algún otro Estado que producía mezcal. No, no era eso, la botella era envasado en Oaxaca. O tal vez sólo le gustaba estar a la moda y por eso lo tomaba. Otra prueba contundente que de ella no sé nada. Que ella puede estar en cualquier lado o que puede ser cualquier mujer, desde la que me saluda de vez en cuando en el café de la esquina hasta una turista que encontraba divertidos nuestros andares por la ciudad.

            Eso sí lo puedo recordar, ciertas cosas que ella me dijo. Pero no recuerdo ni su voz, ni los labios por los cuales dejaba de escapar las palabras. Dijo que el mezcal era como tu mejor amigo, te trataba de la misma manera que lo tratabas. Trátalo con respeto y podrá curarte el alma y tendrás un buen rato, pero desprécialo y te hará pasar un muy mal rato. Eso me dijo ella, o al menos eso creo que dijo, no recuerdo si era un decir que ella conocía o si algún amigo o familiar se lo había contado cuando le encontró una botella escondida en su clóset.

            La etiqueta de la botella estaba desgarrada y yo sólo hago eso cuando estoy indeciso y he bebido más de la cuenta. Tal cual parece ser el caso. Los restos de la etiqueta no están tiradas en el cuarto, guardados en algún bolsillo de mi pantalón ni, ni los encontré en los basureros del departamento. Estaba indeciso antes de llegar aquí o ella se los llevó. Ahora sé a qué se debe mi resaca, lo que no entiendo es cómo me convenció para tomara con ella.

            Me vestí y me quedé sentado con la botella vacía entre las manos, los ojos cerrados y las narinas muy abiertas, tratando de absorber todo lo que pudiera del aroma que quedaba en la habitación. Como si con cada nota nueva le agregara algo más a esa imagen de mujer que se iba construyendo en lo oscuro de mi imaginación.

            Salí con la idea de buscarla. Mínimo buscar el lugar donde la había conocido. El último bar que recuerdo que estuvimos es el Irish Pub, hay otros a lo largo de la calle, no me puede tomar más de una hora preguntar por alguien que se acuerde de nosotros.

            Estaban limpiando la mayoría de los bares de la calle y en algunos veía caras conocidas. Esto va a se fácil, pensé.

            Entré al Irish Pub y busqué a alguien para preguntarle. Todos estaban demasiado ocupados con las botellas vacías, limpiando el piso y las mesas. Se veían igual de demacrados que yo. Las primeras veces, cuando me acerqué a alguien me dieron alguna instrucción de recoger el lugar, limpiar tal mesa o sacar las botellas y luego se iban. No sé a quién iban a echarle la culpa de mis tareas incompletas, me daba exactamente igual. Sólo quería saber si alguien se acordaba de mí y, de casualidad, de ella también. Ojalá, mínimo me pudieran decir qué color de pelo tenía.

            Sí, recordaban que habíamos estado con Armando, al parecer cuando salí a fumar había pasado algún accidente o algo y todos habían salido corriendo y arrastrando a Armando con ellos. Yo los seguí y llevé a la mujer conmigo. Pues me dicen que no regresamos y debimos una cuenta de $275, aunque todos los shots los pagábamos al pedirlos, por eso supongo que la mujer nos acompañó y que la cuenta pendiente era de ella. Saqué mi cartera, pagué y me fui.

            En el bar de al lado pregunté si habían visto a un grupo de personas que salieron corriendo del Irish Pub la noche anterior. Sí nos habían visto y vieron que entramos en la Niuyorquina.

            Sí se acordaban de nosotros. Al parecer ahí sí pedimos mesa y nos sentamos mientras Armando se estaba durmiendo sobre un porta vasos sucio. Pedimos cerveza, pero la mujer no quería, me contaron, ella insistía en que había que pedir una botella de mezcal. Nadie quería beber eso, era muy noche y todos ya estábamos tomados. Nadie estaba seguro de lo que podía pasarles. Me convenció. Pedimos una botella de Marca Negra y dos vasos que parecían más dos vasos donde antes había estado una veladora que vasos donde se pudiera tomar algo. Todos tomamos y platicamos. Hasta que después de la segunda cerveza mis amigos decidieron irse y Armando ya medio podía caminar de regreso a su casa. Ella todavía no se quería ira …

            ¿Escuchó su nombre?- Pregunté.

            No, pero creo que era algo con «ana», Mariana, Adriana, Alana, Bibiana, Diana, Susana, Viviana, o no sé, tal vez sí se llamaba Ana. Bueno, ella no sé quería ir todos sí, pero como nadie la conocía no planeaban quedarse con ella. Pero usted se quedó.

            Nos quedamos solos en el bar y seguimos bebiendo, platicamos. No recuerdo qué platicamos y el mesero dice que no escuchó. Pero que después de un rato nos cambiamos de mesa. Yo llevaba la botella y ella los vasos. Dice que mientras platicábamos yo jugaba con la etiqueta de la botella mientras no dejaba de mirarla a la cara. Luego me acerqué a ella y le dije algo al oído, ella se rió y me empujó. Me acerqué más a ella mientras doblaba el pedazo de etiqueta que había despegado, ella se alejaba y me pedía que me detuviera, un poco risueña como si no entendía lo que estaba pasando. Me acerqué, la besé, mi cara ardía. Un vaso se quebró cuando cayó al suelo.

            Ella se fue. Le pagué al mesero que se había acercado a recoger el vaso y me fui con la botella en la mano. Creo que me la terminé, no recuerdo como llegué a mi departamento y no sé de donde venía el olor. Tal vez, la primera vez sí era como olía ella, pero en la habitación no había nada y estoy seguro que en mí no había nada que oliera a ella. No pregunté más, ya no me importaba saber cómo era. Mucho menos imaginarla. Lo único que quería en ese momento era olvidar ese aroma.

  1. A. J. T. Fraginals
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