Hoy pensé en ti. El sonido del metro frenando me recordó aquellos días cuando jugábamos a pasarnos de vagón en vagón y pretendíamos que nos conocíamos por primera vez.
Pensé en ti cuando una mujer me preguntó la hora. Tenía la misma bolsa roja con puntos azules que le regalé a tu mamá aquel diez de mayo (el día que llenamos su cama con jarabe de chocolate)
Si me hago una sincera pregunta y me contesto con una sincera respuesta, podría decir que no he dejado de pensar en ti, solo que a veces compartes el espacio con otras personas. Tú eres mi única constante. Y entonces me acordé de aquella última vez. Tú, yo, frente a frente, sin decir una palabra. Solamente se escuchaba la respiración agotada de los dos. Sentimos el sutil pero encendido roce de los dedos contra nuestra piel, nuestros ojos recorriendo nuestros cuellos, nuestras manos recorriendo nuestros hombros, nuestras piernas recorriendo nuestras cinturas. Reencontramos nuestras miradas esperanzadas, emocionadas pero sin el brillo que las caracterizaba en los primeros momentos. Te pregunté que qué pensabas cuando noté que tu mirada se desviaba a la ventana que estaba atrás de mi. Me dijiste que no estabas pensando en nada, (otra vez) no te creí. Te pregunté que qué tenías y reaccionaste alterado, como si en ese preciso momento te hubiera abierto la puerta y hubieras decidido cruzarla.
Las cosas que me dijiste ese día siguen grabadas y se repiten una y otra vez cuando pienso en ti. Supe que te había decepcionado y era solo hasta ese momento cuando habías decidido explotar. Todo lo que dijiste era verdad, cada palabra me hería más que la anterior y no solo porque tuvieras toda la razón si no porque sabía que las cosas habían terminado.
Hoy pensé en ti cuando me tomó de la mano. Pensé en ti pero fue diferente. Pienso en ti pero ya no te extraño.