El otoño se desprende de su piel como mi mente de tu imagen, lentamente. Porque son meses desde que te fuiste. Catorce, y nunca te volveré a ver. Y si te vuelvo a ver no sé si te reconozca, y si te reconozco no sé si te podré ver sin quedarme estático. Pero será un reconocimiento, pues cada día que pasa y entre más intento ver tu imagen en mi cabeza más la voy olvidando. Me cuesta, a veces, recordarte, Olivia. Probablemente ya he llenado espacios en blanco y mi recuerdo de ti ya ni siquiera se parece a ti. Qué dolor, tan solo pensarlo.
¿Me recordarás todavía? Tiene tanto que me he ido y sigo sin poder escribirte. La distancia no significa un final. No sé qué significa realmente, cuando lo pienso, Octavio. Eso, probablemente, distancia. Quisiera borrarla. Volverte a mirar, porque no sé si te podría solamente ver. Un solo beso, porque no podría volver a partir. Una sola despedida, porque al quebrarme dejo pedazos de mí, inertes, en un baúl que ya no puedo cargar conmigo.
Regresa a mirar el sol de invierno, Olivia. Ven, tomemos el sol entre nuestras manos. Dejemos las horas pasar, de nuevo, enamorándonos. No dejes que se borre tu sonrisa de mis recuerdos. No dejes que olvide tus ojos. Ven a quedarte de nuevo en mi mente. Ven a rasguñarme la espalda y luego dormir en mi pecho. Despierta en mis brazos. Vuelve.
Los camiones van todos vacíos. ¿No es irónico, Octavio? Me puedo sentar en la ventana a ver la lluvia caer, a ver el sol ponerse, a ver las hojas caer. Todo lo que veo afuera es nostalgia. Todo me hace querer volver, volver, volver. Regresar a ti. Me siento acorralada en mis propias decisiones. Me fui a un país más grande y me siento más encerrada. Los días duran más y las mañanas no son caminables porque pienso en ti. Te recuerdo y no sé si me recuerdas y no sé si escribirte y no sé si me amas y no sé si volver.
¿Me recordarás todavía? Son 17 meses y no has escrito. No sé dónde estás. Te fuiste, Olivia, y sé por qué. Pero el amor nuestro era más fuerte que un «déjame, me voy». El amor nuestro podía vencer aquello que nos separó. ¿Verdad? Dime. Y bueno, quizás no era tanto como yo creía y solamente yo me caí a pedazos. Estás, tal vez, radiante, mientras sigo juntando los retazos de lo que quedó de mí cuando azotaste la puerta.
Ya lo has superado, seguramente. No es que mis lágrimas sean insuficientes o innecesarias, es que son irrelevantes. El vacío que siento en el pecho cada vez que quiero decir tu nombre me transforma en una figura de barro con la mirada perdida, pensando en ti. ¿En qué pensarás, Octavio? ¿Piensas en mí? Despertar mis mañanas sin ti me hace preguntármelo. Quiero escuchar tu voz de nuevo. ¿Y si te llamo? No puedo. La idea de que conteste alguna «ella» me intimida.
Regresa, Olivia. Mis brazos no sirven si no te están tocando. Mi voz no tiene fin si no te habla. Llama. Escribe. Vuelve.
No puedo.
Pasaron doce años. Octavio estaba esperando a Marissa, quien regresaba de un vuelo de España, en el aeropuerto. El vuelo llegó puntual, a las nueve. La gente comenzaba a salir. Javier, de cuatro años, estaba expectante al regreso de su madre, sentado en los hombros de su padre para poder ver. Por esa misma puerta, en uno de los tantos momentos que se abrió, salió Olivia, quien miró fijamente los ojos de Javier, reconociendo a Octavio. Tras algunos pasos, Octavio se acercó a Olivia, todavía con Javier en hombros.
¿Por qué nunca escribí?
me gustó muchísimo esta historia. Mis respetos al autor.