Pasadas las cuatro.

Quise escribir algo nuevo y en mis tres distintos intentos, se trató de ti.
Sé describir de memoria cada uno de tus defectos.
He agotado los adjetivos tan solo hablando de tu espalda.

Quise intentar nuevos versos: un soneto, una rima, una canción.
Los leí una vez, otra vez y más veces. Ninguno me gustó.
Intenté comparar la ciudad con otra cosa que no fuera tu carácter,
pero ¿qué otra cosa es tan inquieta, tan feroz, tan gris?

Desordenaste mi vocabulario, dándole nuevo significado a mis palabras favoritas.
¿Cómo pretende la vida que siga escribiendo si quiero olvidar cómo escribirte?

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