Simbiosis

No era broma. La mirada de Carlos me lo decía, lo que acababa de decir era completamente cierto. Estaba muerto.

-¿Cómo?
-Me pasé con la coca.
-¿Cocaína? Carlos, ¿qué pedo?
-Me vas a decir que tú nunca…
-No, yo sí, pero no me morí por eso.

Caminamos por los pasillos angostos del lugar, Carlos siempre atrás de mi, por lo que tenía que voltear de vez en cuando mientras platicábamos. En las paredes había cuadros, todos de Van Gogh y Miró. Carlos se detenía a mirarlos. 

-¿Siempre es así?
-¿Qué? ¿Esto? Bueno, cuando yo llegué había videos en replay de todos los ataques de risa que tuve en mi vida… y música. Canciones lentas de Green Day. Delante mío iba mi abuela.
-¿Porqué estás delante de mi? ¿Porqué no, no sé, mi madre?
-No lo sé, Carlos. Yo tenía que venir a buscarte. Así es como tiene que ser.
-¿Según quién?
-¿Según quién?
-Sí, ¿hay alguien que ordena quién va y recoge a los nuevos miembros del lugar?
-¿Miembros? ¿Dónde crees que estás?
-¿A dónde vamos?
-A donde tenemos que ir.
-Que es…
-Casa.

Abrimos la tercer puerta después del pasillo de cuadros y llegamos a una habitación. La noche estrellada de Van Gogh, colgaba en la pared. Era el cuarto de Carlos. Lo reconocí por la cama matrimonial en la que pasamos tantos días.

-¿Qué pasó después de que me fui?
-Pues, nada. De repente íbamos todos por unas cervezas, pero empezamos a alejarnos. Hasta que dejamos de hablarnos.
-¿Todos?
-Pues yo aún hablaba con… Julio.
-Ah, y él.. ¿cómo estaba?
-Muerto por dentro. Igual que yo. No podíamos creer que te hubieras ido.
-Julio todavía se va a quedar un buen rato.
-¿Yo porqué morí?
-Por que tenías que hacerlo. Porque tenías que venir y tenías que encontrarte conmigo y teníamos que saltar. 

Carlos iba a preguntarme algo cuando la puerta del cuarto se abrió. Un Carlos menos pálido y más vivo entró y con movimientos rápidos y desesperados sacó una bolsa de su pantalón. Puso el polvo blanco en un espejo y empezó a cortar la cocaína en un espejo mediano que tenía forma de polígono y un marco negro. 

La idea de Carlos, parada a un lado mío se le quedó viendo por largo rato. Nunca lo vi detenerlo, incluso parecía que se le antojaba ir con él e inhalar todo lo que estaba sobre el espejo.

La escena se desvaneció y aparecieron frente a nosotros Carlos y Rocío, su novia. Había vasos rotos en el suelo, música electrónica en la radio y Rocío lloraba en la esquina del cuarto. Un Carlos de carne y hueso se lavaba las manos en la tarja de la cocina mientras gritaba cosas como “¡Pinche vieja!” y “¡Nos jodiste!”.

Parado ahora atrás de mi, Carlos escondía la cabeza. No quería mirarse. No podía. Lo obligué a mirar más. Ideas de lágrimas salieron de sus ojos y con ellas cualquier arrepentimiento. 

Pasamos por diferentes escenarios, Carlos lucía una y otra vez perdido, drogado y desorientado. Dimos un tour por los baños de los lugares más exclusivos de la ciudad. Carlos entraba una y otra vez e inhalaba.

Llegamos al momento de su primera vez con la droga. Carlos tenía 16 años y estaba en la playa, con sus amigos de la preparatoria. Comenzó a llorar de nuevo. 

-¿Por qué me hiciste revivirlo todo? ¿Qué se supone que es esto? ¿Dónde estoy?
-Estás en casa, Carlos.
-¿Soy… yo?
-Sí, estamos adentro de lo que pudiera llamarse tu cerebro. Algunos te llaman conciencia o subconsciente.
-¿Y qué se supone que debo hacer?
-Ordenarte hacer cosas. Sin ser muy obvio, pueden descubrirte.
-¿Ordenarme? ¿Quiénes?
-¿Quiénes qué?
-Explícame, carajo.
-¡Estás aquí! En este momento.¿Quieres tomar esa decisión otra vez?

Él volteó a ver a su amigo que le quitaba el tabaco a un cigarro y lo combinaba con el polvo. Carlos no lo dudó y se acercó. Lo vi disfrutarlo. 

Dejé que lo hiciera, luego le di la mano. Caminamos por otro pasillo, esta vez muy ancho pero sumamente largo. Caminamos por lo que parecieron meses y llegamos a un cuarto rojo. Las mesas y sillas eran de plástico rojo. Los cuadros eran copias de los mismos que habíamos visto en el pasillo pero pintados solo con tonos del color rojo.

-Pasa y siéntate.
-¿Qué sucede?
-Tranquilo. Ya vienen.

Carlos se sentó en una de las sillas rojas y comenzó a jugar con sus dedos. Me encantaba que hiciera eso. Pasaron horas. Cuando Carlos comenzaba a desesperarse, dos figuras azules salieron de una puerta oculta al fondo del cuarto rojo. Carlos comenzó a ponerse nervioso. 

Las dos figuras azules se pararon frente a él y con una voz grave pero melodiosa, le preguntaron:

-¿Sabes quién eres?
-Carlos.
-¿Sabes dónde estás?
-El… ¿cielo?
-¿Sabes qué día es?
-Martes.. no, miércoles. ¿O Martes?
-¿Sabes quien es John Lennon?
-¿Qué? ¿Quiénes son ustedes? Solo sé que estoy muerto. Es todo.
-Bienvenido, Carlos.

Tomé de nuevo su mano y salimos de la habitación. Lo llevé por otro pasillo iluminado con velas en el suelo. Un olor a pasto recién cortado y lluvia inundó el lugar. Carlos sonreía. 

-¿Estás listo?
-¿Para?
-Nacer.
-¿Cómo?

Una luz dorada nos cegó por unos segundos. Nunca dejé de sostenerle la mano.

-¿Vas conmigo?
-Todos estamos hechos de las personas que conocemos. 

Saltamos.

KR

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