Sobre las posdatas

Querida llave, recibir tus gratas siempre es una experiencia increíble. Como nos dijo el otro Juan, leer una carta es como leer un libro escrito en su totalidad para uno. Y quizás por ello sea un tanto injusto el que conteste a tu misiva de forma tan pública; pero la vida no siempre nos trae justicia y, además, mereces el público escarnio por haber lanzado una franca ofensiva contra quien no puede defenderse. Así es que he decidido piratear el estilo de alguien más talentoso que yo, para escribirte este texto y hacer algo prácticamente imposible: defender de ti a las posdatas.

Me dices que las encuentras absurdas, pues es raro eso de seguir hablando después de despedirte y terminar con un dato curioso. Debo pedirte, llave, que recapacites. Verás, tus misivas —cada vez más esporádicas— llenan la vida de anhelos; particularmente el de seguir recibiéndolas. Entonces sucede algo que quizás Borges hoy llamaría: tener correo o no tener correo es la medida de mi tiempo. Ante tal agonía, sólo las posdatas nos acompañan. Puentes entre grata y grata, naves interpredatos e intergalácticas, fragmentos de un arma elíptica para destruir a la separación.

Las acusas de datos curiosos, pero yo veo en ellas el meollo de aquello que querías escribirme. Y si no, ¿por qué no me dijiste antes que te encontraste a Eduardo Galeano? ¿Por qué guardaste hasta entonces tu grandiosa frase de Villafranca: “Escriba, las pasiones son inútiles si no se hacen”? ¿Por qué me diste esos datos para que me acompañen hasta tu siguiente saludo, para que se cuelen en el pasillo del tiempo, para que rompan esta pantalla y los kilómetros de fibras electrónicas hasta la tuya? Debo rogarte que les tengas más consideraciones a tan altos y tan tuyos regalos.

También lanzas un ataque contra las cordialidades, lo cual honestamente ya me parece blasfemia. Aseguras que la persona que llama quiere algo en concreto y que le toma el doble de tiempo decirlo por culpa de ellas. Así que en completa protesta y desobediencia, la próxima vez que te vea prescindiré de querer cualquier cosa y salvaré a las cordialidades de tus afrontas, inundándote/inundándonos con cada una de ellas: “¡Buen día!”, “¡Mucho gusto!”, “¡Qué agradable está el sol!”, “¡Tu nuevo corte de cabello se ve excelente!“, “¿Cómo va la escuela?”, “¿Cómo está la familia?”, “¡Cuando te miro se me extinguen las prisas!”.

No sé y no me explico cómo puedes montar esta ofensiva y, como si nada, dormir por las noches. Quizás, en el pragmatismo del día a día, sin querer te quitaste tu inmenso y cálido corazón de tu pecho. Debo pedirte que inmediatamente lo pongas de vuelta.

Tu llave

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