Verde

Quedarse o huir. Huir o quedarse. Ideas que llegan y, de repente, se esfuman. Palabras que callamos porque olvidamos cómo pronunciarlas. La eterna dialéctica entre lo que somos y lo que queremos ser; lo que no somos y lo que deberíamos ser. El amanecer y su belleza tan efímera, tan insignificante, tan estúpida. La gota de sudor que siento resbalar por mi frente. La luz del sol que empieza a pegarme directo en la cara. La eterna lucha interna. Una sensación se va y la otra regresa. El calor. El frío. Lo que somos. Lo que deberíamos ser.

Siempre duermes con los pies descalzos. Siempre esa necia creencia de que te dará calor en la noche, cuando es común que acabes abrazándome por el frío. Tal vez sólo seas una fiel creyente de que uno no se ve bien cuando duerme desnudo pero con los calcetines puestos. No lo sé. Yo simplemente acepto que duermas descalza, tal vez como una forma de conformismo, o tal vez como una negación a dormir separados.

Acurrucarse. Sentir tu mano colocarse sobre mi pecho, justo como siempre lo habías imaginado. Tu cabeza se recarga en esa curiosa zona que va de la clavícula a la axila, mientras una de tus piernas lentamente se enreda entre las mías. Las reacciones químicas se disparan, nos miramos a los ojos y pensamos que esto es especial, que es único, que es nuestro.

Me empapo de tus ojos. De pronto todo es verde y los otros colores se escurren de nuestra percepción. Sentimos cómo nos incendiamos por dentro, encendiendo esa atracción tan animal que vive dentro de nosotros. Levantas tu cabeza y me sonríes, mientras uno de esos pies descalzos roza uno de los míos. El ritual es inevitable: acercas tu cara a la mía y nos besamos.

Se detiene el mundo. El tiempo. Todo. Es curioso cómo nos subsumimos al beso. La realidad parece haberse evaporado. Todo lo que no seamos nosotros se petrifica y pierde toda su importancia. Comenzamos por besarnos tímidamente los labios, como niños pequeños que se están dando su primer beso. Por pura inercia una de mis manos se posa sobre tu cara, acercándote un poco más y obligándote a inclinar un poco la cabeza. Parece que han pasado horas y apenas comenzamos. Abrimos la boca y sigue ese intercambio de sustancias a través de la saliva.

¿En qué piensa uno cuando está besando a otra persona? A veces se piensa en que no se deben abrir los ojos, porque este gesto es considerado de mala educación. Hay otros que piensan en lo que harán a continuación: utilizar una mano para agarrar una nalga, jugar con los pechos o simplemente hacer piojito en la espalda. Cuando te beso yo hago lo más sencillo: no pensar. No pensar y dejarme arrastrar por ese vórtice de incertidumbre, ese eterno cuestionamiento sobre lo que pasará a continuación. Y la dinámica varía de ocasión a ocasión: a veces jugamos un poco y, otras, vamos directo al grano.

A veces despierto mientras aún duermes. Apenas está amaneciendo y la jodida luz del sol me pega directo en la cara. Y es entonces cuando uno se pone a pensar: ¿por qué coño yo no duermo con los pies descalzos?

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